El gran período de las controversias doctrinales y del afianzamiento del dogma en los cuatro grandes concilios, ha quedado atrás. Hay ahora muchas figuras que escriben, pero con un horizonte más limitado. Aparecen los recopiladores: de textos exegéticos, en las cadenas; sobre cuestiones dogmáticas y morales, en los libros de sentencias; de todo el saber, como en las Etimologías de San Isidoro de Sevilla.
Sin embargo, los Padres de esta época nos dan a conocer un hecho muy importante: la creciente penetración del cristianismo en toda la sociedad. Muchos de los problemas que tratan son de índole práctica: la predicación al pueblo, su educación en la fe, la corrección de abusos en las costumbres, etc. El volumen total de su producción literaria, aun cuando también muchas de sus obras se han perdido, sigue siendo grande.
A continuación vamos a tratar de los escritores orientales primero y de los occidentales después, reuniéndolos en grupos en parte cronológicos y en parte temáticos.
ESCRITORES ORIENTALES
El pseudo Dionisio
A finales del siglo V y comienzos del VI sobresale Dionisio el Areopagita; éste es el nombre que se dio a sí mismo, pretendiendo ser aquel Dionisio que encontró San Pablo en el Areópago de Atenas, un autor que, por el análisis de sus obras, parece proceder de Siria y haber escrito hacia los 20 o 30 años que se sitúan alrededor del 500. Sus obras, algunas de las cuales aparecen como dirigidas a Timoteo, Tito, Policarpo y aún al mismo apóstol San Juan, fueron ya reputadas apócrifas por un obispo oriental de la primera mitad del siglo VI; pero hasta el siglo XVI no se volvió sobre el el tema, rebautizándose entonces al autor con el nombre de Pseudo Dionisio, con el que desde entonces se le suele conocer.
Tenemos de él 4 tratados y 10 cartas que están en relación estrecha con aquéllos. Los tratados son: Sobre los nombres de Dios, donde se investiga la esencia y los atributos divinos; Sobre la teología mística, en que se trata de la unión del alma con Dios; Sobre la jerarquía celestial, que versa sobre los ángeles y su agrupación en tres tríadas con tres coros cada una; y Sobre la jerarquía eclesiástica, en que haciendo un paralelismo con aquellas tríadas se habla de tres sacramentos, de tres grados en el orden sacerdotal y de tres grados en los laicos, uno de los cuales, el de los imperfectos, se divide de nuevo en otros tres.
El autor está muy influido por el neoplatonismo, desde el que intenta interpretar el cristianismo, aunque con el deseo de serle fiel. Los monofisitas trataron de encontrar un apoyo en sus obras. Traducido al latín por Escoto Eriúgena en el siglo IX, ejerció una gran influencia en los escolásticos.
Teólogos monofisitas del siglo VI
Entre los teólogos del siglo VI catalogados en general como monofisitas, vamos a señalar dos. Uno es Severo de Antioquía que fue patriarca de esta sede del 512 al 518; fue el que más se apoyó en el Pseudo Dionisio; depuesto por su inclinación al monofisismo, murió en Alejandría en el 538. Nos han llegado bastantes obras suyas a través de traducciones siríacas. Del examen de la que escribió Contra un gramático impío se deduce que defendía las tesis de Cirilo de Alejandría sobre la naturaleza de Cristo, aunque con una terminología que juzgaba más precisa y que le hizo enfrentarse con insistencia contra lo que había definido el concilio de Calcedonia. Tiene, además de alguna otra obra, unas 125 homilías y casi 4.000 cartas.
El otro autor es Juan Filópono, que había vivido en Alejandría y murió poco después del 565. Había estudiado a Aristóteles, y después de convertirse intentó exponer el cristianismo desde una perspectiva aristotélica, tal como harían también León de Bizancio y, en Occidente, Boecio.
Teólogos antimonofisitas del siglo VI
Teólogos del siglo VI de una tendencia contraria, antimonofisita, son los que siguen. Juan de Cesarea, que en la segunda década del siglo escribió una obra de defensa del concilio de Calcedonia. Juan de Escitópolis, en Galilea, que es contemporáneo del anterior; entre sus obras, que sólo nos han llegado muy fragmentariamente, hay también una defensa similar del concilio de Calcedonia, y el primer comentario que conocemos al Pseudo Dionisio, escrito el año 532. Leoncio de Bizancio murió hacia el 544, y de su vida no se sabe casi nada de cierto; tiene, junto a escritos más breves, tres libros Contra los nestorianos y los eutiquianos, en donde entre otras cosas trata de señalar el común punto de partida de estos errores opuestos. Hipacen, obispo de Éfeso, murió hacia la mitad del siglo, y había sido hombre de confianza del emperador Justiniano. Por fin, Eulogio, que fue patriarca de Alejandría desde el 580 al 607, escribió contra los novacianos y los monofisitas, y fue amigo de Gregorio Magno.
El emperador Justiniano
A mediados del siglo VI y en un capítulo aparte hay que considerar al emperador Justiniano I (527-565), que junto a su notable actividad como estadista y al lado de otros intereses culturales, quiso escribir teología; en esta tarea le ayudó especialmente el obispo Teodoro Asquidas. De Justiniano son varios tratados y edictos razonados dirigidos contra el monofisismo, contra el origenismo y contra el nestorianismo, así como algunas cartas a los papas y diversas leyes sobre materias eclesiásticas.
Comentaristas bíblicos del siglo VI
En el siglo VI los comentarios bíblicos, que tanto habían florecido en la época anterior, son casi inexistentes. Los florilegia o catenae que los suceden son simples yuxtaposiciones de textos de los Padres que comentan un determinado pasaje de la Escritura, sin tratar de ordenarlos con ningún criterio especial; en ellos se han conservado, como ya hemos ido viendo, importantes fragmentos de obras perdidas.
También las escuelas de retórica fueron desapareciendo en Oriente, tal vez antes que en Occidente. Pero en un caso al menos ocurrió lo contrario: la escuela de retórica de Gaza, en Palestina, conoció una época de esplendor, todos los maestros que enseñaban allí se hicieron cristianos, y algunos produjeron tratados teológicos o de exégesis. Así, Eneas de Gaza, muerto después del 518 y conocido y apreciado por los medievales por un diálogo que se le atribuye sobre la inmortalidad del alma y la resurrección del cuerpo; y también Procopio de Gaza, que murió hacia el 538 y fue el primero en escribir comentarios bíblicos en forma de cadena; de una de ellas, la cadena sobre el Octateuco, nos ha llegado una recensión breve.
Escritores de temas ascéticos de los siglos VI y VII
De los que en los siglos VI y VII escribieron sobre temas ascéticos, monjes por lo general, cabe señalar, por la influencia de su Escala del Paraíso, a San Juán Clímaco, monje en el Sinaí que murió en el 649.
Autores del siglo VII
Ya en el siglo VII nos encontramos con dos autores. Uno es San Sofronio, que era originario de Damasco, y fue patriarca de Jerusalén desde 634 hasta su muerte en 638, ocurrida por tanto un año después de la conquista de la ciudad por los musulmanes; fue defensor de la ortodoxia de Calcedonia contra el monotelismo.
Pero la figura importante del siglo es San Maximo el Confesor. Había nacido el 580 en Constantinopla, y después de ser secretario del emperador Heraclio pasó a un monasterio situado en la costa frente a Constantinopla; de allí tuvo que huir en la época de las luchas con los persas, fue a Alejandría, estuvo quizá en Cartago, pasó dos años en la cárcel en Constantinopla, fue desterrado a Tracia y, de nuevo juzgado en el 662 en Constantinopla, se le volvió a desterrar después de cortarle la lengua y la mano derecha; murió al año siguiente.
Toda esta persecución está relacionada con su lucha incesante en contra del monotelismo, lucha en la que empeñó tanto su agudeza intelectual como sus relaciones personales. Así, había conseguido hacer condenar el monotelismo en Roma en el 649; había escrito con anterioridad contra el monofisismo, y había dado interpretaciones ortodoxas a los escritos del Pseudo Dionisio. Sus argumentos filosóficos reflejan el influjo del neoplatonismo, pero también el de la filosofía de Aristóteles.
Autores del siglo VIII
Del siglo VIII vamos a mencionar a tres autores. San German de Constaantinopla, que murió en el 733, había sido por un tiempo monofisita debido a la coacción imperial, pero en el 715, siendo ya patriarca de Constantinopla, había hecho condenar esta herejía. De él tenemos unas cartas, importantes para conocer los orígenes de la lucha iconoclasta, y unas homilías en las que entre otras cosas trata de la dormición de la Virgen.
San Andrés de Creta había nacido en Damasco, fue luego monje en Jerusalén y después obispo en Creta; murió el 740. Había escrito también sobre la dormición de la Virgen y compuso poesía religiosa.
La figura más importante con mucho es sin embargo la de San Juan Damansceno, el último teólogo de fama universal de la Iglesia griega. Había nacido en Damasco hacia el 675 y, como su padre, fue el juez civil de la comunidad cristiana que vivía ahora bajo el dominio musulmán; luego fue monje cerca de Jerusalén y después sacerdote. En la lucha sobre el culto de las imágenes fue perseguido por los iconoclastas; murió hacia el 750.
Según propia confesión, no quería decir nada nuevo, sino sólo reunir y presentar armónicamente cosas escritas ya anteriormente por otros, y así lo hizo, dejando sin embargo la impronta de su personalidad en la selección y la articulación de las ideas que presenta.
Su obra más conocida es la Fuente del conocimiento, dividida en tres partes: la Dialéctica, que es una introducción filosófica, basada en la filosofía tomada de los Padres y en la de Aristóteles; la Historia de las herejías, basada en otras anteriores; y Sobre la fe ortodoxa, que es un resumen de la enseñanza de los Padres griegos sobre los capítulos principales de la fe, y es al mismo tiempo la obra que le ha dado más fama. Esta tercera parte fue también muy conocida y estudiada en Occidente por los escolásticos.
Junto a esta obra tiene algunos tratados breves en favor del culto a las imágenes, al que dio su fundamentación teológica; un Comentario a las cartas de San Pablo, basado también en obras anteriores; cantos eclesiásticos, por los que goza de especial fama en la Iglesia griega; y, finalmente, la Vida de Barlaam y Josafat, una novela con fines didácticos y basada en leyendas de Buda, de mucha popularidad en el medievo, y que parece ahora que hay que atribuírsela a él.
ESCRITORES OCCIDENTALES
Vamos a clasificar a estos autores en cuatro grupos y a seguir dentro de cada uno de ellos un orden cronológico. Estos grupos serán: los papas, otros escritores, escritores de Hispania, los poetas. En líneas generales, se puede decir que si entre la mitad del siglo V y la del VI predominan los autores de Provenza, Italia y África, entre la mitad del VI y la del VII predominan los de Hispania, alrededor de la gran figura de Isidoro de Sevilla.
Los papas
Entre el 461 y el 604 hay diecinueve papas, y de todos menos de cuatro se conservan cartas; de algunos, incluidos dos de esos cuatro, se tiene también algún tratado. De entre estos papas sobresalen:
Gelasio (492-496), importante por lo que se refiere a la afirmación del primado de jurisdicción y a las relaciones de la autoridad eclesiástica con el poder civil. De él se conservan unas 60 cartas o decretos. Dos escritos posteriores y que llevan indebidamente su nombre se pueden reseñar aquí: el Decreto sobre los libros que hay que recibir y los que no hay que recibir, de principios del siglo VI y originario probablemente de la Galia, en el que hay una relación de los libros de la Escritura, otra de los libros apócrifos y una declaración sobre el primado; y el Sacramentario gelasiano, un misal de fines del siglo VI y que se difundió pronto por la Galia.
Vigilio (537-555) nos ha dejado 26 cartas, relativas a la cuestión de los Tres Capítulos. Pelagio (555-561), que antes de ser papa combatió la condena de los Tres Capítulos y después la defendió, tiene también unas 100 cartas.
Pero el más importante de los papas de esta serie es sin duda el último de ellos, San Gregorio el Grande (590-604). Había nacido hacia el 540, de una familia de la alta nobleza romana; antes de ser papa había sido sucesivamente prefecto de Roma, monje cerca de Roma, legado del papa en Constantinopla y consejero del papa. Hombre de gobierno, su figura tiene una importancia menor en el desarrollo del dogma, sin que por esto deje de tener alguna. En cambio, reorganizó la administración de los bienes de la Iglesia romana; protegió Roma de los lombardos, que atrajo después hacia el catolicismo; estableció o mejoró las relaciones con los francos y con los visigodos; dio solución al cisma de Aquileia; y envió misioneros a Inglaterra. Continuó sin embargo la tensión con la sede de Constantinopla, y en contraste con su patriarca, que se llamaba a sí mismo universal comenzó a utilizar el título de servus servorum Dei.
Se conservan de él unas 850 cartas, de gran interés religioso, histórico y aun literario. También nos ha llegado su Libro de la regla pastoral, escrito al poco tiempo de su accesión a la cátedra de Pedro, en que habla de lo que debe pretender el pastor de almas, de las virtudes que le son necesarias, de cómo realizar esta función y de la necesidad del examen de conciencia diario; se difundió muy pronto, fue traducido al griego y al sajón, y en la edad media se consideró como la norma ideal para el clero secular. Las Morales sobre Job, un comentario sobre este libro del Viejo Testamento, viene a ser un tratado de moral y ascética. Tenemos también unas 40 homilías y unos Diálogos sobre la vida y milagros de los Padres italianos que son en parte responsables de la afición medieval por lo milagroso. Fue Gregorio quien dio al canon de la misa la forma que aún conserva la anáfora primera, llamada canon romano, del misal de Pablo VI, y promovió la preparación del nuevo misal; el Sacramentario gregoriano, que como tal no nos ha llegado, aunque sí es posible conocer muchas de sus características. Dio gran importancia al canto en la liturgia, y promovió eficazmente su uso, pero no es seguro que en sentido estricto se le pueda atribuir el canto gregoriano.
Otros escritores
Los autores más significados de este período, aparte de los papas, y dejando para un próximo apartado los que de alguna manera corresponden a Hispania, son, siguiendo un orden cronológico:
San Fausto de Riez, que murió entre 490 y 500. Era de origen bretón, había sido abad de Leríns y luego obispo de Riez, en Provenza. Combatió el arrianismo y el macedonianismo, por lo que el rey visigodo Eurico le condenó al destierro, donde pasó ocho años; junto con Casiano defendió el semipelagianismo. A estos temas corresponden sus obras: tres libros Sobre el Espíritu Santo y otros dos Sobre la gracia de Dios; de él tenemos también algunas cartas y sermones.
Genadio de Marsella, donde fue sacerdote, murió alrededor del año 500; era semipelagiano. La obra por la que es más conocido es su historia de los escritores eclesiásticos, Sobre los varones ilustres, de hacia el 480, y que ya hemos citado en la introducción.
Avito de Viena, obispo de esta ciudad del Ródano, en la Galia, desde el 494 hasta el 518, preparó el camino para la conversión de los burgundios al catolicismo. De las casi 100 cartas que se conservan, algunas son verdaderos tratados; tiene también dos obras en verso.
Enodio, que murió en el 521, había nacido en Arlés, pero creció en Pavía, de donde fue luego obispo; presidió por dos veces una legación pontificia a Constantinopla. Antes de ser obispo había sido maestro de retórica en Milán, lo cual se acusa en sus obras, y nos deja ver la influencia que el paganismo tenía aún en las escuelas. Sus escritos, algunos en verso, tratan de temas variados, y sus casi 300 cartas nos suministran abundante información sobre la época.
Boecio había sido colaborador del rey ostrogodo Teodorico quien, sospechando que conspiraba, le condenó a muerte; fue ejecutado en Pavía en el 524. Su educación había sido esmerada. Tiene importancia su traducción de la Lógica de Aristóteles, que durante siglos fue la única obra de este filósofo conocida directamente en Occidente; pero su obra principal y más apreciada, escrita en la cárcel, es Sobre el consuelo de la filosofía, un diálogo con una dama que se le aparece y que personifica la Filosofía. Escribió algunas otras obras menores de filosofía y también de teología; la autenticidad de estas últimas, antes puesta en duda, ya no se discute.
San Fulgencio de Ruspe, que murió en el 533, había nacido en Telepte, Numidia, donde fue recaudador de impuestos, y había recibido una buena educación; luego fue monje, hacia el 507 obispo de Ruspe, también en Numidia, y después tuvo que marchar desterrado a Cerdeña con otros muchos obispos católicos del reino vándalo. Fue un buen teólogo, quizá el mejor de su tiempo. La mayoría de sus obras son polémicas contra el arrianismo, y varias de ellas se dirigen al rey vándalo Trasamundo; algunas otras están escritas contra el semipelagianismo, y desde el mismo punto de vista que San Agustín; de sus 18 cartas, algunas tienen la amplitud de tratados; tenemos también algunos sermones suyos.
San Cesáreo de Arles fue monje en el monasterio de Leríns, y desde el 502 hasta el 542, obispo metropolitano de Arlés, entonces el centro administrativo más importante de la Galia. Cumplió muy bien con sus deberes pastorales y es uno de los grandes predicadores latinos; contribuyó mucho a la solución de las controversias semipelagianas. Los casi 250 sermones suyos que nos han llegado son muy interesantes también por lo que nos dicen de la supervivencia de las costumbres paganas; además tenemos de él tres tratados, dos contra el semipelagianismo y uno sobre la Trinidad; tres cartas pastorales, dirigida una de ellas a sus obispos sufragáneos y en la que insiste en el deber de la predicación; dos reglas monásticas; e incluso su testamento.
Dionisio el Exiguo nació junto a la desembocadura del Danubio, en la Escitia Menor, una provincia muy romanizada; desde el 500 hasta el 545 vivió en Roma como monje. Con sus obras de cronología influyó en la manera de determinar la fecha de la Pascua, y fijó también la fecha del nacimiento de Jesús en el año 754 de la fundación de Roma, con un error de al menos cuatro años de más, y que aún continúa hoy día. Trabajó también en compilaciones de derecho eclesiástico y en traducciones del griego al latín.
San Benito de Nursia es el gran padre del monaquismo occidental. Murió hacia el 547; había nacido en Nursia, y después de recibir una buena educación en Roma, comenzó a hacer vida de anacoreta, asentándose pronto en las cercanías de Subiaco y fundando doce monasterios; allí redactó, entre el 523 y el 526, su Regla de los monasterios; luego, a causa de unas intrigas, abandonó Subiaco y fundó el monasterio de Montecasino.
La obra que nos ha legado es la que se conoce como Regla de San Benito, en la que se funden armónicamente las tradiciones del monacato occidental anterior (las de San Agustín, Juan Casiano, el monasterio de Leríns, San Martín de Tours) con las del oriental (las de San Antonio, Pacomio, San Basilio el Grande). En ella se subraya que la comunidad monástica ha de crear un ambiente de oración y de trabajo, manual e intelectual, que ha de practicar el monje; para ello, éste ha de prometer la estabilidad en el monasterio, la conversión de las costumbres y la obediencia al abad. Esta Regla está en la base del esplendoroso desarrollo medieval del monaquismo.
Casiodoro, que murió hacia el 583, había nacido hacia el 490 de una familia noble de Calabria; fue cuestor, senador, cónsul, prefecto del pretorio y secretario particular de Teodorico; se retiró poco después del 540 a sus posesiones de Calabria, cerca de Esquilache, donde había fundado un monasterio en el que no se sabe si fue o no monje.
Sus obras tienen una orientación más bien práctica, y obedecen a circunstancias ambientales: de carácter histórico y político las de su época dedicada al servicio del estado, y para la instrucción de sus monjes en las ciencias profanas y teológicas las escritas en su retiro. Entre las primeras hay que contar la Crónica universal y la Historia de los godos, conocidas sólo en extractos, y las Cartas varias, una colección de más de 540 actas oficiales de gran valor histórico. Entre las segundas, una Historia eclesiástica en que refunde básicamente las obras de Sócrates y Sozomeno, que pasaron así al mundo medieval occidental; y las Instituciones de lecciones divinas y humanas, que son una introducción a la teología y un esquema para el estudio de las siete artes liberales.
San Gregorio de Tours había nacido el año 538 en Clermont, la capital de la Auvernia, en una familia senatorial; en el 573 fue consagrado obispo de Tours, que entonces era el centro espiritual de Francia debido en gran parte al prestigio que acompañó en vida a San Martín y al culto que después se había desarrollado sobre su tumba. Su actuación fue de importancia tanto en lo religioso como en lo secular. Su gran obra, la Historia de los francos, es una extraordinaria fuente de información sobre los reinos merovingios y las incesantes luchas internas que los agitaron y que él conoció de cerca; no faltan en ella relatos detallados de discusiones teológicas con judíos y con godos arrianos; su latín ofrece ya señales de evolución hacia el romance. El sentido crítico de Gregorio no es bueno, lo que se deja ver aún más en sus Ocho libros de los milagros.
Escritores de Hispania
Los escritores de que hemos tratado hasta ahora, si exceptuamos el último de ellos, tienen el denominador común de pertenecer, por su procedencia o por el ámbito de su actuación, a un área geográfica relativamente reducida y uniforme: la costa mediterránea de la Galia, la zona mediterránea de Italia y de África.
Los escritores de Hispania están a su vez en un área dotada de una cierta homogeneidad interna y relativamente separada de la anterior; como en Hispania hay además una importante floración de escritores, cuyo mejor momento va asociado al nombre de San Isidoro de Sevilla y coincide con una época de silencio en otros lugares, nos ha parecido justificado reunir a los escritores del ámbito hispánico, aun los muy anteriores a Isidoro, en un grupo aparte. Por orden cronológico, son los que siguen.
San Justo de Urgen, que fue obispo de esta sede al menos desde el 531 hasta el 549, asistió a concilios en Toledo, Mérida y Valencia, y era hermano de los obispos de Huesca, Egara (Terrassa) y Valencia. Escribió un Comentario al Cantar de los cantares, hecho ya sobre la versión de la Vulgata, y en el que, siguiendo la interpretación alegórica, ve descrito el amor entre Cristo y su Iglesia; también tenemos de él dos cartas, un prólogo y un sermón sobre el mártir San Vicente.
Apringio de Beja, de donde fue obispo, debió de escribir hacia la mitad del siglo vi, y nos ha dejado un Comentario al Apocalipsis, literal y esquemático, que hacia finales del siglo vüi sería muy utilizado en el Comentario al Apocalipsis del monje de Liébana, Beatus. Se sabe que compuso también otros tratados.
San Martín de Braga, que murió en el 580, había nacido en Panonia, conoció la cultura helénica en Palestina, y hacia la mitad del siglo VI lo encontramos en Galicia. A él se debe la conversión de los suevos del arrianismo al catolicismo. De los varios monasterios que fundó, el de Dumio, en las cercanías de Braga, sería el más conocido, y de allí pasó a la sede metropolitana de Braga.
En algunas de sus obras morales y ascéticas depende de Séneca: literalmente, en Sobre la ira, y, en cuanto al estilo, en la Fórmula de la vida honesta, un tratado sobre las cuatro virtudes cardinales compuesto para el rey de los suevos y que en el medievo circuló precisamente bajo el nombre de Séneca. En otras obras, el sabor es más netamente cristiano: Sobre la soberbia, Para rechazar la jactancia, Exhortación a la humildad, Sentencias de los Padres egipcios. Tiene especial interés para conocer las costumbres populares de la época su obra Sobre la corrección de los rústicos, contra las costumbres paganas que aún perduraban. También tiene una colección de cánones de concilios orientales, los Capítulos de Martín, y una carta Sobre la inmersión triple, escrita contra el bautismo con una sola inmersión, que le parecía de inspiración modalista. De él conservamos también algunas composiciones poéticas.
San Leandro de Sevilla murió en el año 600. Había nacido en Cartagena, de donde sus padres fueron desterrados a Sevilla; allí se hizo monje, y fue luego hecho obispo de esta sede metropolitana, desde donde trabajó para la conversión de los godos al catolicismo; esta conversión se selló en el concilio de Toledo del año 589, y entonces pudo volver Leandro a su sede, de donde había sido desterrado. En Sevilla se preocupó también de las instituciones para la formación del clero. Fue amigo personal del papa San Gregorio, a quien había conocido en Constantinopla en una embajada. Tiene dos obras destinadas a combatir el arrianismo y una sobre las vírgenes; sus numerosas cartas se han perdido.
Eutropio de Valencia, que murió antes del 610, había sido abad del monasterio Servitano, en el ,valle alto del Tajo, y luego obispo de Valencia; nos ha llegado de él una carta y un breve tratado Sobre los ocho vicios.
Liciniano de Cartagena, más o menos contemporáneo del anterior, del que fue amigo y con el que se cruzó muchas cartas, fue obispo de Cartagena, y parece que murió envenenado en Constantinopla. Nos quedan tres cartas suyas, que tienen de todos modos bastante interés doctrinal.
San Juán de Bíclaro, que murió el 621, había nacido en Scalabi (Santarem), de familia visigoda; estuvo muchos años en Constantinopla, donde estudió, y a su vuelta fue desterrado a Barcelona. Fue después abad de Bíclaro, monasterio de localización desconocida, y luego obispo de Gerona durante los últimos treinta años de su vida. Escribió una Regla para sus monjes de Bíclaro; del resto de sus obras nos ha llegado sólo una, la Crónica, que, aunque muy breve, es de gran importancia para la historia del período.
San Isidoro de Sevilla, que murió el 636, tenía unos 20 años menos que su hermano San Leandro, y es casi contemporáneo de Mahoma, al que sobrevivió cuatro años; nació ya en Sevilla y se educó en la escuela que su hermano había fundado, donde aprendió griego y hebreo; a la muerte de Leandro le sucedió como obispo de Sevilla, y su acción se orientó hacia la definitiva erradicación del arrianismo, el reforzamiento de la disciplina eclesiástica y la formación del clero, así como la fundación de monasterios y la regulación del modo de vida de sus monjes. Tuvo importancia su intervención en los concilios de Sevilla y de Toledo, que presidió, y también en la vida religiosa y aun política de su tiempo.
Su obra más conocida es las Etimologías, nombre que viene del contenido de uno de los libros en que se divide. Es un resumen enciclopédico del saber de su tiempo, en que trata desde la minería hasta la teología, y que está elaborado basándose en las obras de los escritores clásicos más conocidos en el momento; esta obra tuvo un éxito inmediato, su difusión fue rápida y su autoridad se mantuvo durante siglos. Los dos Libros de las diferencias vienen a ser una ampliación de la obra anterior, y tiene también alguna relación con ella el Libro de las lamentaciones, un diálogo de tipo moral. Sobre la naturaleza de las cosas es un compendio de los conocimientos físicos de su tiempo, tomados también de autores de fama.
Los Tres libros de las sentencias son un manual de teología hecho fundamentalmente con textos de San Agustín y de San Gregorio; fue el primer libro de sentencias, ordenado de una manera semejante a como lo serían los que vinieron después, tales como, ya en la baja edad media, el de Pedro Lombardo. Escribió también un Libro de las herejías; otro Contra los judíos; distintos comentarios a las Escrituras; otro libro Sobre los oficios eclesiásticos, en que trata de liturgia y de los clérigos y de sus deberes; la Regla de los monjes, dirigida a los monasterios que él había fundado; y algunas cartas.
Tienen también importancia sus obras históricas: la Crónica, y, sobre todo, la Historia de los reyes de los godos, de los vándalos y de los suevos, que es una de las fuentes importantes para el conocimiento de la historia de estos pueblos, y Sobre los varones ilustres, unos esquemas biográficos de escritores eclesiásticos anteriores.
San Braulio de Zaragoza, que murió hacia el 651, era hermano del anterior obispo de esta sede, a quien sucedió; había sido discípulo de San Isidoro y fue hombre culto y con influencia en la sociedad eclesiástica y civil de su tiempo. Se conservan de él 44 cartas, algunas de las cuales tienen importancia doctrinal; tiene además un catálogo de las obras de San Isidoro, con una indicación de su contenido, y una Vida de San Emiliano.
San Eugenio de Toledo, que murió el año 657, había nacido en esta misma ciudad de la que fue luego obispo metropolitano, y en Zaragoza había sido discípulo de San Braulio. Escribió una obra Sobre la Trinidad, , al parecer importante, pero que se ha perdido. Se conserva de él una obra breve en verso.
San Fructuoso de Braga murió hacia el 665. Su padre era hombre importante en la corte, con grandes posesiones en la comarca del Bierzo; fue allí donde Fructuoso se dedicó a la vida monástica y fundó diversos monasterios, hasta que fue elegido por el rey para regir primero el monasterio de Dumio y luego la sede de Braga. Sus obras fundamentales son la Regla de los monjes y la Regla común, que completa la anterior; se le atribuye también el Pacto, fórmula de profesión religiosa que suele acompañar los manuscritos de la Regla común y según la cual el monje se compromete a obedecer al abad y a sus reglas, pero retiene el derecho de protestar contra los posibles abusos. Sólo se conserva una de sus cartas.
San Ildefonso de Toledo murió hacia el 667. De familia noble, había sido discípulo de San Isidoro; se hizo luego monje en el monasterio toledano de Agalí, de donde fue elegido abad; fue obispo de Toledo desde fines del 657. De los muchos libros que sabemos que escribió, se conservan: el principal de ellos, Sobre la virginidad de María contra tres infieles; otro Sobre el bautismo, continuado en El progreso espiritual por el desierto; y dos cartas dirigidas al obispo de Barcelona. Continuó, con el mismo nombre e intención, la obra de Isidoro Sobre los varones ilustres, en la que 13 de los 14 autores descritos son de Hispania. Se le atribuyen algunos himnos y los formularios de algunas misas.
Tajón, obispo de Zaragoza durante más de 30 años, y amigo de San Braulio, a quien sucedió, murió en el 683. Antes había sido monje y poseía un buen conocimiento de la Escritura y de los Padres, en especial de San Agustín y de San Gregorio; fue enviado a Roma por el rey con objeto de buscar libros que él mismo parece que copió y se trajo. Tiene cinco Libros de las sentencias, la segunda de las obras de esta clase después de la de Isidoro, en la que depende fundamentalmente de textos de San Gregorio. Escribió también unos Comentarios al Viejo y al Nuevo Testamento, de los que tenemos sólo algún fragmento, tres cartas y alguna breve composición poética.
San Julián de Toledo murió en el 683, y es el escritor más prolífico de la escuela toledana. Fue educado en la escuela de la catedral de Toledo, de donde fue elegido obispo a fines del 679. Intervino en cuatro concilios de Toledo, y su nombre va unido a aquel malentendido con el papa al que ya hemos aludido, a propósito de la condenación de los monotelitas; fue en relación con esto que escribió dos defensas o Apologías. Otras obras suyas son un Pronóstico del siglo venidero, que es un tratado dogmático sobre el estado de las almas después de la muerte; un tratado para convencer a los judíos de que Cristo es el salvador que esperaban; un tratado para resolver las aparentes contradicciones de los libros de la Escritura; una gramática; y, de interés para la historia, un libro sobre la rebelión del duque Paulo contra Wamba en la Septimania; tiene también un Elogio de San Ildefonso, en el que incluye un catálogo de las obras que escribió. Muchas otras obras de San Julián, de las que tenemos noticia, se han perdido.
Los poetas
Por fin, de entre los autores conocidos especialmente por su obra poética, citaremos sólo dos: Sidonio Apolinar, que había nacido en Lyon en el 432 de una familia bien situada y estuvo luego casado con la hija del emperador romano Avito, fue después obispo de Clermont. Tenemos de él 24 cantos poéticos, de trasfondo más bien pagano, y 147 cartas que son de importancia para la historia. Murió en la última década del siglo v.
Venancio Fortunato es de un siglo después: nació hacia el 530 cerca de Treviso, y murió poco después del 600. Educado en Rávena, peregrinó a Tours a la tumba de San Martín, y se estableció en Poitiers, donde dirigió un convento de monjas y de donde fue después obispo. Fue amigo de Gregorio de Tours y muy apreciado por sus contemporáneos. Tiene 11 libros de Cantos poéticos, entre los que figuran composiciones como el Vexilla regis y el Pange lingua; tiene además otras composiciones, como la Vida de Martín y un canto en honor a María que figura en el Breviario.
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Es usual dar por terminada la época de los Padres de la Iglesia con la figura de San Juan de Damasco (675-750). En Occidente se suele anticipar este final en algo más de un siglo, y el último de los autores incluido es con frecuencia San Isidoro de Sevilla (560-636). Aquí hemos añadido algunos otros escritores de la Hispania visigótica, que cubren el resto del siglo VII ; pero no es con ellos que vamos a cerrar estas páginas sino con otro más tardío, contemporáneo de San Juan Damasceno.
Nos referimos a San Beda el Venerable (673-735), que escribe en Britania, un país aún más periférico que el de Isidoro, en un latín de gran calidad.
De Beda es una Historia eclesiástica del pueblo inglés tan celebrada que por sí sola bastaría para haberle hecho famoso. Tanto el título como el estilo recuerdan la Historia eclesiástica de Eusebio de Cesarea, pues, como él, tiene Beda un fino sentido crítico y un buen conocimiento de las fuentes, que también cita a menudo extensamente. Si Eusebio es el padre de la historia de la Iglesia, Beda lo es de la de Inglaterra.
En el epílogo de esta gran obra, que terminó en el año 731, hacia el final de su vida, Beda da noticias sobre su persona y sus obras, la mayoría de las cuales han llegado hasta nosotros. Había nacido en las tierras del monasterio de Warmouth, en el norte de Inglaterra, y a la edad de siete años había sido confiado al abad de aquel monasterio, Benedicto Biscop; dos años después pasó al cercano monasterio de Jarrow, donde permanecería el resto de su vida. Biscop, sucesivamente abad de ambos cenobios, había sido educado en el de Leríns, en Provenza, y su gran erudición influyó ciertamente en la de Beda. Tanto él como Ceolfrid, abad de Jarrow cuando Beda llegó allí, son venerados como santos.
Beda fue ordenado diácono a los 19 años y presbítero a los 30. A lo largo de su vida, dedicada al estudio y la enseñanza, tuvo ocasión de tratar y de establecer estrechas relaciones personales con muchas de las principales personalidades inglesas de su época. Murió hacia los 62 años y, venerado muy pronto como santo, figura desde 1899 entre los doctores de la Iglesia por decisión del papa León XIII, que añadió su fiesta al calendario universal.
Otras obras históricas de Beda son las biografías de los cinco primeros abades de Wearmouth y Jarrow, que él había conocido personalmente y que en cierta manera vienen a completar su obra magna; una ambiciosa crónica, en la que divide la historia del mundo en seis edades; una obra de cronología, importante para determinar las fechas y las fiestas; y, aunque de un estilo muy diverso, una vida de San Cutberto y otra de San Félix de Nola.
Pero la mayor parte de la producción literaria de Beda la constituyen las exposiciones de la Sagrada Escritura, ya sea en forma de comentarios sistemáticos a muchos de los libros del Viejo y del Nuevo Testamento, en la de disertaciones sobre algunas cuestiones particulares y estudios sobre puntos especialmente obscuros, o en la de homilías, destinadas primeramente a los monjes de Jarrow y pronto difundidas por otros monasterios. Se trata, muchas veces, de resúmenes claros y ordenados de comentarios de otros padres anteriores, tanto griegos como latinos; otras veces, las reflexiones son más personales, y se puede observar entonces su gusto por la interpretación alegórica y moral con preferencia a la meramente literal.
Beda compuso un tratado de ortografía, uno de métrica y uno de retórica para la educación de los monjes. Una muestra de sus amplios intereses es el tratado Sobre la naturaleza donde recoge los conocimentos de astronomía y cosmografía de la antigüedad, y donde hace un primer ensayo de geografia general. También algunas de sus cartas, relativamente numerosas, son auténticos tratados, más o menos breves, como las que tratan del equinocio, de la celebración de la pascua o del afán enfermizo por averiguar la fecha del fin del mundo. Unos libros de poesía, no muy inspirada pero que son un testimonio más de su pericia en el uso del latín, cierran el catálogo de las obras de un autor que, a semejanza de Isidoro de Sevilla, contribuyó en gran manera a la transmisión del saber antiguo al mundo medieval, al que ya pertenecía plenamente, y cuya influencia sobre él, a juzgar por el número de ejemplares de sus obras conservados en las bibliotecas de monasterios y catedrales, no fue mucho menor que la de Ambrosio, Jerónimo y Agustín.
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