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Obras da Patrística

São João Crisóstomo

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Ramón Trevijano

San Juan Crisóstomo, afamado rétor y fino exegeta, primero asceta y monje; luego, diácono y presbítero en Antioquía; después obispo de Constantinopla. Aquí su seriedad de reformador y también su falta de tacto le llevaron a serios conflictos con obispos y con la corte imperial. Depuesto y desterrado, sus tribulaciones y muerte en el exilio fueron una dolorosa prueba martirial para él y el sector de la comunidad que se le mantuvo fiel.

Período antioqueno

No sabemos la fecha exacta de su nacimiento. Su piadosa madre, viuda a los veinte años, cuidó de darle una buena educación cristiana. Contó también con la más sólida formación retórica de su tiempo, al tener como maestro al famoso Libanio. No quedó a la zaga su formación exegética en el Askétérion de Diodoro de Tarso, donde los estudiantes seguían una vida comunitaria ascética. Hasta la muerte de su madre vivió el ascetismo sin abandonar su casa. Luego pudo cumplir sus ansias de ir a vivir entre los anacoretas. Tras cuatro años asociado a un ermitaño del desierto de Siria, se entregó a la vida solitaria durante otros dos años. Los rigores ascéticos quebrantaron su salud y tuvo que volver a Antioquía a fines del 380.

El obispo Melecio supo integrar su dedicación religiosa y aprovechar su formación retórica y exegética para el ministerio eclesiástico, ordenándole diácono el 381. Su sucesor Flaviano le ordenó presbítero el 386.

El ministerio

Algún tiempo después de su ordenación, Juan compuso un Diálogo sobre el Sacerdocio. Años atrás se había comprometido con un amigo, llamado Basilio, a dejarse ordenar juntos en el caso de ser presionados para ello; pero no había cumplido su compromiso. Ahora trata de justificar su demora por la tremenda responsabilidad del ministerio:

Juan: … Por eso el Señor dialogando con sus discípulos dijo: «¿Quién es el siervo fiel y prudente?» [Mt 24,45]. Pues el que se entrena a sí mismo saca sólo provecho para sí, en tanto que el beneficio de la tarea pastoral se extiende a todo el pueblo. El que distribuye sus riquezas a los necesitados o bien el que ayuda de otra manera a los que son víctimas de la injusticia, este tal es útil a su prójimo, pero tanto menos que el sacerdote cuanta es la distancia del cuerpo al alma. Por eso dijo apropiadamente el Señor que el celo por sus ovejas era señal del amor hacia él.
Basilio: ¿Es que tú no quieres a Cristo?
Juan: Le quiero y no dejaré de quererle; pero temo ofender al que quiero.

Aun los coaccionados a aceptar un ministerio han de rendir cuentas. El ministerio, ejercido en la tierra, corresponde a las realidades celestes. Más aún, es un ministerio superior al de los ángeles. Juan estima que hay mayor dificultad y responsabilidad en la vida del sacerdote que en la del monje.

El predicador

Sus dotes naturales, el dominio de los recursos retóricos, su penetración exegética y la riqueza de su contenido teológico y espiritual hicieron de él un famoso predicador.

El período antioqueno fue el tiempo de su más amplia producción homilética. Como el anomoioísmo se mantenía vivo, tuvo interés en contraponerse a la doctrina del neoarriano Eunomio predicando sobre la incomprensibilidad de Dios, tanto en Antioquía como en Constantinopla. Juan se sitúa en la amplia corriente de la Antigüedad tardía (platonismo, judaismo helenístico, gnosticismo, apologistas griegos) que subraya la trascendencia de Dios; pero hay que notar que el apophatismo de Juan, más que teológico o místico, es de carácter litúrgico. Gracias al encuentro del vocabulario bíblico y del vocabulario neoplatónico de la teología negativa, se ha constituido a fines del s. iv, en hombres como Gregorio de Nisa y Crisóstomo, la lengua litúrgica que da al rito oriental su carácter de adoración tan profundo.

Pero si quieres dejemos a Pablo y a los profetas y elevémonos a los cielos. ¿No habrá acaso allí quienes sepan cuál es la esencia de Dios? En todo caso, aunque los encontráramos, no tienen nada en común con nosotros. Hay mucha diferencia entre ángeles y hombres. Con todo, para que aprendas de sobra que ni siquiera allí hay algún poder creado que lo sepa, escuchemos a los ángeles: ¿Pues qué? ¿Están allí conversando sobre esa esencia y discuten entre sí? En absoluto. ¿Entonces qué? Glorifican, adoran, elevan sin cesar con profunda reverencia los cantos triunfales y místicos. Unos dicen: «Gloria a Dios en las alturas». Los serafines a su vez: «Santo, santo, santo»; y apartan su vista al no poder soportar la condescendencia de Dios. Y los querubines: «Bendita sea su gloria de donde está».

Sin embargo, las homilías que tuvieron una repercusión social más inmediata fueron las 21 De statuis. Después de que en un tumulto por la subida de impuestos fueran derribadas estatuas de la familia imperial (387), la población entera angustiada esperaba las represalias del emperador. En tanto que el obispo Flaviano viajaba a la corte a solicitar indulgencia, Crisóstomo supo animar y amonestar a la población que se agolpaba en las iglesias implorando la misericordia divina.

El exegeta antioqueno

La escuela exegética antioquena, que puede remontarse al mártir Luciano, pasando por Diodoro de Tarso, florece de lleno con Teodoro de Mopsuestia. Han seguido el modelo de los comentarios paganos a los poetas y lo que habían enseñado los gramáticos sobre Homero y otros clásicos. Controlan rigurosamente metáforas y comparaciones en sus «puntos de comparación». Cuando explican el A.T. por sí mismo, pueden estar tratando de aplicar el principio básico de Aristarco de «explicar a Homero por Homero». Asimismo es determinante el fuerte influjo de la retórica, por la que descubren modos figurados de discurso y los hacen valer aun desde perspectivas históricas. Con su esfuerzo por no leer más en los textos de lo que se encuentra en ellos, con su interpretación «histórica» que reconoce el sentido literal, se colocan dignamente los antioquenos en la línea de los mejores filólogos paganos.

Un tercio de los sermones bíblicos del Crisóstomo han tenido como marco la synaxis litúrgica. En la cuaresma del 386 pronunció una primera serie de Homilías sobre el Génesis, que concluyó el 389. En la cuaresma del 390 comenzó sus Homilías sobre el Evangelio de Mateo. Juan ya se hace cargo de una verdadera enseñanza exegética en las Homilías sobre el Evangelio de Juan del 391.

Hacia el 390-392 debió de tomar la responsabilidad de una enseñanza catequética de nivel superior, mientras que Flaviano le descargaba del ministerio habitual de la predicación litúrgica. Luego en Constantinopla volverá a encargarse de la homilía al pueblo en las asambleas litúrgicas, con un esfuerzo por una enseñanza más profunda, que le ha permitido concluir el comentario a las Escrituras comenzado en Antioquía.

En el Comentario a Isaías, a quien admiraba por muchos motivos, Juan se esfuerza en dilucidar el sentido de los términos, en explicar una forma gramatical. Nota que las hipérboles y las metáforas abundan en la obra del profeta, pero que no hay que tomarlas al pie de la letra. Su primer cuidado es explicar el texto sin recurrir a la alegoría, tan cara a los alejandrinos. Sin embargo, puesto que la Escritura misma recurre a este procedimiento, Juan lo usa también, pero con moderación, como explica claramente:

De aquí [Is 5,7] aprendemos otra cosa que no es de poca monta. ¿Cuál pues? El cuándo y qué de las Escrituras es preciso interpretar alegóricamente. Que nosotros mismos no somos dueños de tales reglas, sino que es necesario que sigamos la misma mente de la Escritura, para utilizar así el método alegórico. Quiero decir esto. La Escritura ha empleado ahora vifla, cerca, prensa. No ha dejado al oyente hacerse dueño de aplicar lo dicho a los asuntos o personas que quiera, sino que se ha adelantado a interpretarse a sí misma al decir: «Porque la viña del Señor Sabaoth es la casa de Israel» (V 3,45-54).

Ahora bien, si los antioquenos rehusaban violentar los textos al mezclarles sus opiniones personales, no renunciaban al principio fundamental de su exégesis, que era leer el A.T. a la luz del N.T. El Crisóstomo se apoya en una serie de predicciones de Isaías, como Is 1,26 y 2,2, para señalar que serían ininteligibles si hubiesen tenido por objeto a Judea y Jerusalén. Sólo tienen sentido referidas a la Iglesia de Cristo. Ve como principal mérito de Isaías el haber anunciado claramente al Mesías y haber hablado sin ambigüedad de la Iglesia de Cristo.

De todos los Padres de la Iglesia ninguno ha hablado tan a menudo de san Pablo como san Juan Crisóstomo. Pronunció 7 panegíricos del Apóstol y notables homilías sobre cada una de las epístolas así como sobre Hech. Hace digresiones paulinas aun comentando el A.T. Le dedica numerosas alusiones en sus obras. Juan, pastor y predicador, reconocía en Pablo al pastor y predicador. Por esto mismo discierne a menudo con claridad el significado propio de Pablo. En su exégesis de las paulinas, se interesa por cronología, destinatarios concretos, razones y objetivos del escritor. Su selección temática tiene por directiva la relevancia hermenéutica de los diversos temas.

Escritos ascéticos

El rigor de sus ideales ascéticos y su celo, un tanto utópico, de reformador, fraguaron también en una serie de tratados. En su A Teodoro II escribe a un amigo al que había ganado para el Asketerion y a quien trata de recobrar, cuando éste lo abandonó para ocuparse de los asuntos paternos y pensó en casarse. Luego recoge en un tratado, el A Teodoro I, los mismos temas para abrirlos a un círculo más amplio. Juan se preocupa de fundamentar racionalmente y de apoyar en la Escritura «los dogmas de la filosofía celeste», e.d. las máximas de la perfección cristiana o de la vida monástica. Hay quienes piensan que el destinatario fue el futuro obispo, gran exegeta y teólogo, Teodoro de Mopsuestia.

Deja claro su concepto sobre la virginidad y la vida matrimonial en A una joven viuda, El matrimonio único, La virginidad, Las cohabitaciones sospechosas. El tratado sobre La virginidad se presenta esencialmente como un largo comentario a 1 Cor 7. Hay una primera parte polémica: tanto contra la concepción herética de la virginidad que menosprecia el matrimonio como contra los que objetaban a la virginidad. Sigue la exégesis de 1 Cor 7,1-27. La virginidad no es una obligación; pero sí un estado deseable para el cristiano que busca estar cerca de Dios.

Una tercera parte moral hace el elogio de la virginidad y expone las molestias del matrimonio. Concluye con la exégesis de 1 Cor 7,28- 40. Juan se dirige aquí a sus lectores más como pastor que como teólogo. Algunos de sus planteamientos un tanto radicales han tenido larga trayectoria en la historia de la educación cristiana. En su tratado Contra los adversarios de la vida monástica, obra de juventud, condena tan fogosamente la vida mundana, que no encontraba mejor solución para los jóvenes de su tiempo, si querían conservar su alma pura, que la educación en un monasterio. En cambio, en su obra de madurez, ya en Constantinopla, La vana gloria y la educación de los hijos confía a los padres la educación cristiana de sus hijos. Aquí hace una crítica del «euergetismo»: la beneficencia pública de los ricos, que encontraban en este cauce abierto a la iniciativa privada un medio de notoriedad y poder social. Crisóstomo subraya lo que había de vanidad ruinosa, excitada desde la educación mundana, y propone en cambio una educación ascética:

Puede que muchos se rían de lo dicho, como si se tratara de minucias. No son pequeneces, sino cuestiones importantes. Una joven educada en la alcoba materna a apasionarse por la moda femenina, cuando deje la casa paterna, será más difícil y exigente con su esposo que el inspector de Hacienda. Ya os he dicho que de ahí viene que el mal sea difícil de extirpar. Nadie piensa en el porvenir de los hijos. Nadie les habla de la virginidad, ni de la moderación, ni del menosprecio de las riquezas y la gloria, ni de todo lo enseñado por las Escrituras.

Lo que hace de este texto un documento único son las precisiones sobre la catequesis de los niños. El método seguido por padres cristianos para dar a sus hijos una primera formación religiosa. Siguiendo las recomendaciones del Crisóstomo, penetramos en la intimidad de una familia cristiana del s. iv.

Período constantinopolitano

Juan fue promovido a la sede de Constantinopla por decisión del emperador Arcadio (398). Obispo de la capital, vivía austeramente, dedicando sus rentas a asilos y hospitales. Como pastor de aquella gran comunidad urbana, intenta reformar las costumbres de los cristianos para que sean coherentes con su fe. Procede en ello con poco tacto, lo que da oportunidad a fuertes reacciones contrarias. Tuvo consecuencias graves su creciente enfrentamiento tácito con la emperatriz Eudoxia, dueña de la situación política tras la caída del eunuco Eutropio.

Cuando el hasta poco antes omnipotente primer ministro buscó refugio en sagrado, Crisóstomo pronunció su famoso discurso tomando como lema el «Vanidad de vanidades» del Eclesiastés.

Huyendo de la violenta campaña inquisitorial antiorigenista del metropolita de Alejandría, Teófilo, unos 300 monjes de Nitria se refugiaron en Constantinopla. El emperador reclamó a Teófilo que viniese a Constantinopla a responder de las acusaciones ante Juan. Teófilo, hábil político, acudió a la citación, pero con un cortejo numeroso de obispos. Con el apoyo de la misma corte y de los enemigos episcopales de Juan, convocó un sínodo en Calcedonia ante el que es Crisóstomo el citado como acusado (403). Como Juan se niega a comparecer ante este tribunal, que ha pasado a la historia como el «Sínodo de la Encina», se le declara depuesto en rebeldía. El débil Arcadio cedió ante la coalición de los obispos y la emperatriz y firmó la orden de destierro a Bitinia. Medida que provoca un tumulto popular de protesta. Un incidente no aclarado es visto por Arcadio y Eudoxia como señal de la cólera divina y ambos piden a Juan que vuelva a su sede. Este regresa triunfalmente a Constantinopla.

Por dos meses se mantiene la calma. Luego las fiestas de inauguración de una estatua de Eudoxia junto a la catedral provocan las protestas de Crisóstomo. Eudoxia decide acabar de una vez. Un sínodo, capitaneado por los obispos de Ancyra y Laodicea, aplica un canon del tiempo arriano y depone definitivamente a Juan por haber vuelto a su sede sin rehabilitación sinodal. Como el obispo de Constantinopla decide ignorar esta sentencia, Arcadio rehusa recibir la comunión de sus manos y le prohibe el acceso a la catedral. La celebración de la vigilia pascual del 404 es interrumpida militarmente. Tras un tiempo de tensión y acoso, en que el pueblo no entra en las iglesias en que ofician los adversarios de Juan, Arcadio da la orden de destierro tras Pentecostés del 404. Juan se despide de los suyos y se deja arrestar.

El exilio

Juan es forzado a un duro viaje, durante 70 días, hasta Armenia Menor. Los «juanistas» prescinden del nombrado para ocupar el puesto de Juan y mantienen la fidelidad al obispo depuesto, pese a todos los acosos. Los lidera Olimpia, viuda aristocrática, diaconisa de Constantinopla. Muchos juanistas fueron encarcelados y otros dispersos. Algunos (como Paladio) acudieron a Roma. El papa Celestino I reclamó un sínodo de obispos orientales y occidentales para juzgar el caso. Al no lograrlo, rompe la comunión con las iglesias de Oriente, hasta el comienzo de la rehabilitación del Crisóstomo por Constantinopla el 416. Juan escribe más de 236 cartas desde el exilio. Olimpia es su principal destinatario. Algunos son tratados de cien folios en forma de carta. En la Carta desde el exilio a Olimpia y a todos los fieles trata de convencer a esos cristianos de Constantinopla, sometidos a las persecuciones del poder civil y religioso, que los sufrimientos no les abatirán mientras guarden su integridad moral. La correspondencia del Crisóstomo incluye cartas de amistad, familiares, negocios eclesiásticos, dirección espiritual y confidencia. Las dirigidas a Olimpia constituyen la primera colección de cartas de dirección espiritual que posee la literatura griega cristiana. Abundan las consideraciones sobre La Providencia, que Crisóstomo condensa en una obra que envía a Olimpia y destina a toda la comunidad de Constantinopla.

Sigue fiel a los temas que había hecho suyos desde los primeros años de su predicación: la incomprehensibilidad de Dios, su amor por el hombre y el valor del sufrimiento. Esta intensidad de los contactos escritos entre Juan y sus fíeles preocupa a la corte, que dicta una orden de exilio a un lugar más inaccesible, en la costa este del mar Negro. Las fatigas de este nuevo viaje provocan la muerte de Juan el 14 de setiembre del 407.

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São João Crisóstomo

Johannes Quasten

De los cuatro grandes Padres del Oriente y de los tres grandes doctores ecuménicos de la Iglesia griega sólo uno pertenece a la eFaposcuela de Antioquía, San Juan Crisóstomo. Ningún escritor cristiano de la antigüedad tuvo tantos biógrafos y panegiristas como él, desde el escrito más antiguo y mejor de todos, compuesto el año 415 por el obispo Paladio de Elenópolis (cf. supra, p.187), hasta el último, que se escribió en época bizantina. Por desgracia, ninguno aporta los datos necesarios para determinar la fecha exacta de su nacimiento, que debió de ocurrir entre los años 344 y 354. Como su amigo y condiscípulo Teodoro de Mopsuestia, nació en Antioquía en el seno de una familia cristiana noble y acomodada. Su primera educación la recibió de su piadosa madre, Antusa, quien había perdido a su marido contando ella solamente veinte años y cuando Juan era todavía un niño. Aprendió filosofía con Andragathius y retórica con el famoso sofista Libanios (cf. supra, p .233). “A la edad de dieciocho años, cuenta Paladio (5), se rebeló contra los profesores de palabrerías; en llegando a la madurez de espíritu, se enamoró de la doctrina sagrada. Al frente de la iglesia de Antioquía estaba por entonces el bienaventurado Melecio el Confesor, armenio de raza. Reparó en aquel joven tan bien dispuesto y, prendado de la belleza de su carácter, se hacía acompañar de él continuamente, previendo con visión profética el futuro del joven. Habiéndole servido durante tres años, admitido al baño de la regeneración, fue promovido lector.” Durante este período tuvo como maestro de teología a Diodoro de Tarso. Llevaba en casa una vida de estricta mortificación, y se hubiera retirado del mundo a no ser por su madre, que le pidió que no la hiciera viuda por segunda vez (De sacerdotio 1,4). Al fin, sin embargo, terminó dirigiéndose a las montañas vecinas, y encontró allí a un ermitaño anciano, con quien compartió la vida durante cuatro años. “Se retiró entonces a una cueva solo, buscando ocultarse. Permaneció allí veinticuatro meses; la mayor parte del tiempo lo pasaba sin dormir, estudiando los testamentos de Cristo para despejar la ignorancia. Al no recostarse durante esos dos años, ni de noche ni de día, se le atrofiaron las partes infragástricas y las funciones de los riñones quedaron afectadas por el frío. Como no podía valerse por sí solo, volvió al puerto de la Iglesia” (paladio, 5).

Vuelto a Antioquía, el año 381 le ordenó de diácono Melecio y el 386 de sacerdote el obispo Flaviano. Este último le asignó como deber especial el predicar en la iglesia principal de la ciudad. Durante doce años, desde el 386 hasta el 397, cumplió este oficio con tanto celo, habilidad y éxito, que se aseguró para siempre el titulo del más grande orador sagrado de la cristiandad. Fue durante este tiempo cuando pronunció más famosas homilías.

Este período feliz y tranquilo de su vida terminó un tanto ex abrupto cuando el 27 de septiembre del 397 murió Nectario, patriarca de Constantinopla, y para sucederle fue elegido Juan. Como éste no mostrara ningún interés a aceptar el cargo, fue llevado a la capital por orden de Arcadio por la fuerza y con engaño. Se le obligó a Teófilo, patriarca de Alejandría, a consagrarle el 26 de febrero del 398. Inmediatamente Crisóstomo puso manos a la obra en la reforma de la ciudad y del clero, que se habían corrompido en tiempos de su predecesor. Pronto quedó claro, sin embargo, que su nombramiento para la sede de la residencia imperial fue la mayor desgracia de su vida. No encajaba en su nueva posición. Nunca se dio cuenta de la diferencia esencial que existía entre el ambiente envenenado de la residencia imperial y el clima más puro de la capital provinciana de Antioquía. Su alma era demasiado noble y generosa para no perderse en medio de las intrigas de la corte. Su sentido de la dignidad personal era demasiado elevado como para rebajarse a aquella actitud servil hacia las majestades imperiales que le hubiera podido asegurar el favor duradero de los emperadores. Por el contrario, su temperamento ardiente le traicionó no pocas veces, arrastrándole a un lenguaje y a un modo de actuar inconsiderados, si no ofensivos. Su plan de reforma del clero y del laicado era quimérico, y su inflexible adhesión al ideal no produjo más resultado que el de unir en contra suya todas las fuerzas hostiles; él estaba ayuno de la artera diplomacia que incita a un enemigo a pelear con otro.

A pesar de que él mismo daba ejemplo de simplicidad y dedicó sus cuantiosos ingresos a erigir hospitales y a socorrer a los pobres, sus esfuerzos llenos de celo por elevar el tono moral de los sacerdotes y del pueblo encontraron fuerte oposición. Esta se trocó en odio cuando el año 401, en un sínodo de Efeso, mandó deponer a seis obispos culpables de simonía. Entonces sus adversarios de dentro y fuera aunaron sus fuerzas para destruirlo. A pesar de que al principio sus relaciones con la corte imperial habían sido amistosas, la situación cambió rápidamente después de la caída del todopoderoso e influyente Eutropio (399), consejero y secretario favorito del pusilánime emperador Arcadio. La autoridad imperial pasó a manos de la emperatriz Eudoxia, a quien le habían envenenado en contra de Juan, sugiriéndole insidiosamente que las invectivas de este contra el lujo y la depravación iban directamente contra ella y contra su corte. Por añadidura, los propios colegas episcopales de Crisóstomo, Severiano de Gábala, Acacio de Berea y Antíoco de Ptolemaida, hicieron todo lo posible para fomentar el creciente resentimiento de Eudoxia contra el patriarca.

Su intriga tuvo rotundo éxito, especialmente a partir del brusco reproche de Crisóstomo a la emperatriz por haberse apoderado de un solar. Con todo, su enemigo más peligroso era Teófilo de Alejandría, que estaba resentido contra el patriarca de Constantinopla desde que el emperador Arcadio le había obligado a consagrarle. Su antipatía se trocó en rabia cuando el año 402 fue llamado a la capital para responder ante un sínodo presidido por Crisóstomo, de las acusaciones que hicieran contra él los monjes del desierto de Nitria. Teófilo le hizo a aquél responsable de esta citación, y, con la ayuda de la emperatriz, decidió volver las tornas a Crisóstomo. Convocó una reunión de treinta y seis obispos, de los cuales todos menos siete eran de Egipto y todos enemigos de Crisóstomo. Este sínodo, llamado de la Encina, suburbio de Calcedonia, condenó al patriarca de la capital basándose en veintinueve cargos inventados. (Las actas de este sínodo nos las ha conservado Focio, Bibl. cod. 59.) Después que Crisóstomo se negó por tres veces a presentarse ante esta ?corte episcopal,? fue declarado depuesto en agosto del 403. El emperador Arcadio aprobó la decisión del sínodo y le desterró a Bitinia. Esta primera expulsión no duró mucho tiempo, pues fue llamado al día siguiente. Asustada por la desenfrenada indignación del pueblo de Constantinopla y por un trágico accidente que ocurrió en el palacio imperial, la misma emperatriz había pedido su regreso. Crisóstomo volvió a entrar en la capital en medio de una triunfal procesión y pronunció en la iglesia de los Apóstoles un discurso jubiloso, que se conserva todavía (Hom. 1 post reditum). En un segundo discurso, quizás al día siguiente, habló de la emperatriz en los términos más elogiosos (Sozomeno, Hist. eccl. 8,18,8). Esta situación de paz se vio turbada violentamente dos meses más tarde, cuando Crisóstomo se lamentó de los ruidosos e incidentes entretenimientos y danzas públicas que señalaron la dedicación de una estatua de plata de Eudoxia a pocos pasos de la catedral. Sus enemigos no tardaron en presentarlo como una afrenta personal. Profundamente herida, la emperatriz no hizo gran cosa para ocultar su resentimiento; Crisóstomo, por su parte, enfurecido por las pruebas de renovada hostilidad e impulsado por su ardiente temperamento, cometió una imprudencia que fue fatal en sus consecuencias. En la fiesta de San Juan Bautista empezó su sermón con estas palabras: ?Ya se enfurece nuevamente Herodías; nuevamente se conmueve; baila de nuevo y nuevamente pide en una bandeja la cabeza de Juan? (Sócrates, Hist. eccl. 6,18; Sozomeno, Hist. eccl. 8,20). Sus enemigos consideraron esta sensacional introducción como una alusión a Eudoxia y resolvieron asegurar su deportación sobre la base de haber asumido ilegal mente la dirección de una sede de la cual había sido depuesto canónicamente. El emperador ordenó a Crisóstomo que cesara de ejercer las funciones eclesiásticas, cosa que él rehusó hacer. Entonces se le prohibió hacer uso de ninguna iglesia. Cuando él y los leales sacerdotes que le seguían fieles reunieron, en la vigilia de Pascua del año 404, a los catecúmenos en los baños de Constante para conferirles solemnemente el bautismo, la ceremonia quedó interrumpida por la intervención armada; los fieles fueron arrojados fuera y el agua bautismal quedó teñida en sangre (Paladio, 33.34; Sócrates, Hist. eccl. 6,18,14). Cinco días después de Pentecostés, el 9 de junio del 404, un notario imperial informaba a Crisóstomo que tenía que abandonar la ciudad inmediatamente, y así lo hizo. Fue desterrado a Cúcuso, en la Baja Armenia, donde permaneció tres años. Bien pronto su antigua comunidad de Antioquía acudió en peregrinación a ver a su querido predicador. ?Cuando ellos [sus enemigos] vieron que la iglesia de Antioquía emigraba a la iglesia de Armenia y que desde aquí la sabiduría, llena de gracia, de Juan cantaba a la iglesia de Antioquía, desearon cortar rápidamente su vida? (paladio, 38). A petición suya, Arcadio le desterró a Pitio, lugar salvaje en la extremidad oriental del mar Negro. Quebrantado por las penalidades del camino y por verse obligado a caminar a pie con un tiempo riguroso, murió en Comana, en el Ponto, el 14 de septiembre del 407, antes de llegar a su destino. Sus restos mortales fueron traídos en solemne procesión a Constantinopla el 27 de enero del 438 y enterrados en la iglesia de los Apóstoles. El emperador Teodosio II, hijo de Eudoxia (que había muerto ya el 404), salió al encuentro del cortejo fúnebre. Apoyó su rostro sobre el féretro y rogó y suplicó que perdonaran a sus padres el daño que le habían ocasionado por ignorancia? (Τeodoreto, Hist. eccl. 5,36).

Antes de abandonar Constantinopla, Crisóstomo había apelado al papa Inocencio I de Roma y a los obispos Venerio de Milán y Cromacio de Aquileya, y había pedido que se formara un tribunal. Paladio nos ha conservado esta comunicación (Dialog. 8-11). Poco después, Teófilo de Alejandría notificaba al Papa la deposición de Juan. El papa Inocencio se negó a aceptarla y pidió que abriera una investigación un sínodo compuesto de obispos occidentales y orientales. Al ser rechazada esta proposición, el Papa y todo el Occidente rompieron la comunión con Constantinopla, Alejandría y Antioquía hasta que no se diera cumplida satisfacción. Arsacio, primer sucesor de Crisóstomo, murió el 11 de noviembre del 405. Le sucedió Ático. El y sus amigos fueron admitidos nuevamente en la comunión de Roma, pero sólo después que prometieron volver a insertar en los dípticos el nombre de Juan, que ya había muerto entretanto.

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São João Crisóstomo

São João Crisóstomo nasceu na cidade de Antioquia. Cresceu no meio da multidão sem deixar-se contaminar por ela. Conheceu os pobres e desafortunados e soube amá-los como eram. Sua família era culta e possuía muitos bens. O pai de João, oficial de alto nível, morrera jovem. Desde criança foi educado pela mãe, mulher admirável que, aos vinte anos, sacrificou sua juventude, renunciou a novas núpcias, para dedicar-se inteiramente a seu filho. João recebeu o Batismo mais ou menos aos dezoito anos de idade. Concluídos seus estudos de forma brilhante, renunciou a uma carreira que se apresentava promissora, para receber as ordens menores. Quis partir para o deserto, mas sua mãe, que por ele sacrificara tudo, não lho permitiu. Fugiu, então, da agitação de Antioquia e estabeleceu-se fora das portas da cidade, a fim de encontrar a paz, consagrando-se à ascese e ao estudo bíblico.

Depois passou a viver nas montanhas entre monges uma vida austera a ponto de prejudicar sua saúde. Após algum tempo nas montanhas, achou-se preparado para enfrentar a ação missionária. O amor aos outros, mais do que sua saúde abalada, fê-lo voltar a Antioquia, onde o bispo Melécio o ordenou diácono, em 381. Com 39 anos foi ordenado padre. Consagrou-se à pregação, substituindo o bispo, nas homilias pois esse era pouco dotado para falar.

Durante doze anos, pregou ao povo contra o paganismo e tinha esperança de transformá-lo em gente de fé cristã. É dele a frase: “Basta um só homem, para reformar todo um povo.”

Sua tarefa era séria. Precisava denunciar os abusos existentes no interior da Igreja e na sociedade; defender os pobres, clamar contra as injustiças sociais. Manteve ainda uma intensa atividade literária, respondendo a todos os que lhe pediam conselho. João Crisóstomo era um orador nato e igualmente um moralista que analisava os segredos do coração em profundidade e com rara psicologia. O povo de Antioquia sabia que João só repreendia para corrigir e para converter. Inúmeras vezes João tomou a defesa dos pobres e dos infelizes, dos que morriam de fome e sede. Com veemência, João-Boca-de-Ouro ergueu sua voz contra os flagelos sociais, o luxo e a cobiça. Lembrou a dignidade do homem, mesmo pobre, e os limites da propriedade. Dizia: “Libertai o Cristo da fome, da necessidade, das prisões, da nudez.”

A fama de João ultrapassava as fronteiras de Antioquia e chegava à nova capital do império. Em 397, o bispo da capital, Nectário, que sucedera a Gregório Nazianzeno, acabava de morrer. Intimado a comparecer à Capital do Império, foi eleito o Bispo de Constantinopla, a Sé do Oriente. João começou uma grande reforma, desembaraçando a casa episcopal do luxo, fazia suas refeições sozinho e acabou com as recepções suntuosas. Reformou as ordens de vida dos clérigos e dos monges, organizou a Reforma Litúrgica com a preocupação de levar Deus aos homens pela Divina Liturgia. O texto da Divina Liturgia (Santa Missa) que toda a Igreja Ortodoxa celebra em todo o mundo, é conhecida como sendo de São João Crisóstomo.

Empreendeu a evangelização das zonas agrícolas e esforçou-se para trazer à ortodoxia aos pagãos, que eram numerosos na região. Combateu as seitas heréticas com intransigência e rudeza. Em 402, São João Crisóstomo foi deposto e exilado acusado de não coadunar os interesses da Igreja com as do Império. O bispo foi detido em sua catedral, durante a celebração pascal. Depois de uma palavra de despedida, João deixou a sua igreja que jamais haveria de rever. O exílio foi penoso. João foi enviado para uma aldeia, Cucusa, na fronteira com a Armênia. A saúde do bispo achava-se enfraquecida. O clima era duro e desfavorável para o seu estado. A maior parte de suas cartas data dessa época. Este homem atingido em cheio pela provação procurou mais consolar do que ser consolado.

No sofrimento, pensava nos outros. Finalmente morreu, no dia 14 de setembro de 407, festa da Exaltação da Santa Cruz. Suas últimas palavras foram: “Glória a Deus por tudo.”

Os contemporâneos descrevem-nos João Crisóstomo como um homem de estatura baixa, de rosto magro, de testa enrugada, de cabeça calva. Tinha voz fraca. As austeridades comprometeram definitivamente sua saúde. Não falava para ser escutado, falava para instruir, exortar, reformar, preocupado com o combate aos costumes pagãos e com a instauração da moral do Evangelho. Era um reformador, um missionário. Se não era um teólogo original, era um pastor incomparável. Sua pregação desempenhou na liturgia bizantina o mesmo papel que a de Agostinho no Ocidente. Ele foi lido, copiado, traduzido, imitado. De todos os Padres da Igreja, São João Crisóstomo é aquele cuja pregação menos envelheceu. Sua pregação moral e social parece escrita hoje. A honra da Igreja consiste em contar com homens, como João Crisóstomo, que não pactuaram com o poder, com o dinheiro, e que souberam tomar o partido dos pobres. Toda a fé deste homem exprime-se em sua palavra. E esta palavra vive sempre.

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Tal como Herodes, queremos ver a Jesus

Sermão de São João Crisóstomo

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O amor não admite não ver aquilo que ama. Não consideraram todos os santos ser pouca coisa aquilo que obtinham quando não viam a Deus? … Por isso Moisés ousa dizer: “Se alcancei graça aos teus olhos, revela-me o teu rosto” (Ex 33, 13). E diz o salmista : “Revela-nos o teu rosto” (Sl 79,4). Não era por isso que os pagãos construíam ídolos? No seio do próprio erro, eles viam com os olhos o que adoravam.

Deus sabia, pois, que os mortais se atormentavam no desejo de o ver. O que ele escolheu para se revelar era grande na terra e não era o mais pequeno nos céus. Porque o que, na terra, Deus fez semelhante a si, não podia ficar sem honra nos céus : “Façamos o ser humano à nossa imagem e semelhança, diz» (Gn 1, 26)… Que ninguém pense, pois, que Deus fez mal em vir aos homens através de um homem. Ele fez-se carne entre nós para ser visto por nós.

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Se você acha que a Filosofia Cristã foi superada; que a Igreja é arcaica e precisa progredir; que o Cristianismo é irracional; que os Cristãos são incapazes de responder a críticas; que a Teologia moderna é superior à antiga, retrógrada; que a Patrística pertence a um contexto histórico incompatível com a modernidade; que a Igreja sempre controlou consciências;... Suma desse site. Vá ler o Código da Vinci, e faça bom proveito.

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