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Obras da Patrística

Irineu de Lyon

Ramón Trevijano

Ireneo se aferra a la tradición eclesiástica para salir al paso a las especulaciones gnósticas. Hasta el descubrimiento de los textos de Nag Hammadi ha sido la fuente fundamental para el conocimiento del gnosticismo 1.

Nacido en Asia Menor, hacia el 140 o el 150, nos cuenta que en su juventud había escuchado a S. Policarpo de Esmirna 2. Dado el movimiento migratorio de la época por toda la cuenca mediterránea, no es sorprendente que le conozcamos instalado en Lyon y presbíte­ro de esta comunidad. En el 177/78 fue comisionado ante el papa Eleuterio para mediar en la controversia montañista (Eusebio HE V 4,1-2). Por este tiempo fue el sucesor del obispo mártir Photinus (HE V 1,29-31; 5,8). Haciendo honor a su nombre, medió ante el papa Víctor I en la controversia pascual (HE V 24,11-18). Es la oportunidad en que cuenta la visita de S. Policarpo a Roma en tiem­po del papa Aniceto. El no haberse puesto de acuerdo en esa misma cuestión no había sido óbice para que Aniceto como despedida ce­diese a Policarpo el honor de la celebración. No sabemos más de él. Los primeros en presentarlo como mártir son S. Jerónimo y Gregorio de Tours en el s. vi.

Grandes líneas teológicas

El plan del Adversus Haereses indica cuáles son para Ireneo las fuentes de autoridad: Razón, Escritura y Tradición. Para él no cabe pensar en el conocimiento y preservación de la Regla de fe sin una notable medida de actividad racional. En su apología antignóstica confía mucho en el carácter razonable de la doctrina salvífica ecle­siástica, como se ve por el peso que da en su obra a la «prueba de razón» 3.

Hay en él un desarrollo de grandes líneas y puntos de cristaliza­ción de su pensamiento. Nos aparece como un teólogo de la unidad, yendo este tema desde la unidad de Dios, de Cristo y del plan divino, hasta la unidad de la Iglesia y la unidad final del hombre con Dios. Lo vemos también como un teólogo de la historia, que, bajo el tér­mino de economía divina, engloba toda la historia del mundo para mostrar que su desarrollo no tiene otro fin que la salvación del hom­bre. Se nos muestra peculiarmente como un teólogo de la recapitula­ción, ya que el acontecimiento central de esta historia de salvación es la encarnación del Hijo, que recapitula todas las cosas y las lleva a su término. Uno de los temas más significativos de su repertorio es el de la evolución, el del progreso. El hombre, creado niño e imper­fecto, alcanzará su estado de madurez y perfección por la encarna­ción del Hijo y por el don del Espíritu Santo, que le conduce a la divinización. En este progreso la libertad desempeña un gran papel.

Si el hombre hace mal uso de esa libertad, se queda en camino sin alcanzar su fin. La economía de Dios a lo largo de la historia univer­sal consiste no sólo en volver al comienzo, sino en una progresión que lleva al hombre a un resultado superior al punto de partida. Constituye esto una inversión de la perspectiva gnóstica. Por la reca­pitulación, Cristo no sólo restablece la obra comprometida por Adán sino que la completa por el don del Espíritu Santo, que lleva al hom­bre hasta la divinización. La línea de salvación, según Ireneo, no es, pues, horizontal sino ascendente 4.

Ireneo trata de mostrar que el A.T. predice a Cristo y que la historia salvífica, comenzada en la creación, recapitulada en Cristo, se concluirá, después del milenio, en el Reino. El uso del término ànakefalaívsiç (recapitulado) (cf. Ef 1,10) es un intento de Ireneo de incorporar la entera proclamación bíblica sobre la obra de Cristo en una sola palabra5. La unidad de la «economía» de la creación y de la redención se funda a fin de cuentas sobre la unicidad de Dios y la unidad de Cristo. La unidad del plan de Dios es la de su desig­nio e intención: llevar todas las cosas a su perfección al someterlas a Dios por Cristo.

Ya que las afirmaciones de algunos se desvían por las enseñan­zas heréticas e ignoran las economías de Dios y el misterio de la resurrección de los justos y del Reino (que es principio de la inco­rrupción y por el cual los que hubieren sido dignos se acostumbrarán gradualmente a captar a Dios), es necesario decir… (AH V 32,1).

La incorruptibilidad es la vida misma de Dios, es un atributo divino. Las cuestiones de la salus carnis o de la resurrección de la carne deben ser colocadas en el interior de la perspectiva de la inco­rruptibilidad. Para Ireneo hay una koinwnìa entre el Espíritu y la carne y toda la economía de salvación es el progreso de la unión de la carne y el Espíritu que había sido quebrada por el pecado 6. Ireneo construye su antropología sobre la carne 7.

Teología asiata

La antropología aristotélica (el hombre como cuerpo y alma), en contraste con la platónica (el hombre como alma en un cuerpo), es uno de los elementos que caracterizan a los teólogos asiatas, como Justino, Ireneo y Melitón de Sardes, frente a los cristianos alejandri­nos. Otro contraste significativo puede darse en la doctrina trinitaria, en la medida en que los alejandrinos (y también Justino) subrayarán la personalidad del Hijo como Logos distinto del Padre y los asiatas los distintos modos de actuación del único Dios. Una insistencia en la «monarquía» divina que es ortodoxa en Ireneo; pero que deriva en la herejía de Noeto y los dos Teodoto de Bizancio 8.

Ireneo ve en toda la economía de la salvación del A.T. una ma­nifestación de las tres personas:

El mismo Cristo es, pues, junto con el Padre, el Dios de los vi­vos, que habló a Moisés y se manifestó a los Padres (AHIV 5,2).

Al ser, pues, Abraham profeta y ver por el Espíritu el día de la venida del Señor y la economía de la Pasión (por la que tanto él mismo como todos los que hubieren creído como él se habrían de salvar) saltó de alegría (AHW 5,4).

La revelación del N.T. consiste en una manifestación del Hijo. El Hijo mismo es la manifestación visible del Padre; no de un Dios desconocido, sino del Creador de todas las cosas. Es el mismo Ver­bo quien actúa a través de toda la economía providencial. La vida humana del Verbo es la novedad misma del cristianismo 9.

Por falta de conocimientos científicos e históricos, se veía forza­do, como sus adversarios gnósticos, a emplear un método subjetivo de exégesis como es la lectura alegórica. En consecuencia precisaba apelar a la «viva voz» de la Iglesia como recurso para echar abajo las cavilaciones heréticas, contraponiéndoles las afirmaciones corro­boradas por la solidaridad institucional, la universalidad geográfica y el peso de los números. La «viva voz» de la Iglesia fue así el factor esencial y determinante de sus enseñanzas l0.

Recuerda lo que hemos dicho en los dos libros anteriores. Aña­diéndoles éste tendrás una argumentación completa contra todos los herejes. Les podrás resistir con confianza y determinación en pro de la sola fe verdadera y vivificante, que la Iglesia ha recibido de los apóstoles y distribuye a sus hijos (AH III prefacio).

Solamente han llegado a nosotros dos de sus obras, que examina­remos seguidamente.


Adversus Haereses

Nos ha llegado el texto completo en una versión latina, anterior al 422, transmitida por 9 manuscritos (agrupables en dos familias: irlandesa y lyonesa) y la «editio princeps» de Erasmo, que dispuso de otros 3 manuscritos hoy perdidos.

Contamos con un 74 por 100 del libro 1 en griego, debido a su utilización masiva por los heresiólogos posteriores Hipólito y Epifânio. Un promedio del 11 por 100 de los libros III-IV y V se ha conservado en griego por su utilización en florilegios dogmáticos y cadenas exegéticas. Nos han llegado también fragmentos en dos pa­piros (POxyr y Plena). Además hay amplios fragmentos de la ver­sión armenia (sobre todo de los libros IV y V) y fragmentos de la siríaca.

El título exacto, indicado por Eusebio de Cesárea, êleykoç kaí ánatropwpè têç feudwnúmon gn´wsewç, caracteriza ya el sentido y con­tenido de la obra.

En el libro I hay, pues, una larga serie de exposiciones dedicadas a los diferentes gnósticos: el sistema valentiniano de Ptolomeo (1-9), la unidad de fe de la Iglesia frente a las derivaciones del valentinianismo (10-22), precursores de Valentín (23-31) “, entrecortadas con reflexiones irónicas o teológicas y algunos elementos de refutación.

El libro II lo consagra a la refutación propiamente dicha. Refuta las tesis valentinianas de un Pléroma superior al Dios creador (1-11), las relativas a las emisiones de los Eones, la pasión de Sofía y la Semilla (12-19), las especulaciones sobre los números (20-28), las relativas a la consumación final y al Demiurgo (29-30) y otras tesis de Simón, Carpocrates, Basílides y los «gnósticos» (31-35) 12. Pero no se trata de una refutación fundada sobre principios teológicos, sino sobre un principio mucho más general: el sentido común, la razón. Ireneo trata de mostrar las contradicciones internas de los sis­temas gnósticos sobre el plano de la lógica formal. Claro está que tal argumentación «ex ratione» no excluye otros argumentos de Escritu­ra, fe y tradición; pero constituye la nota dominante del libro II.

En el libro III, Ireneo parte de una demostración-déla verdad de las Escrituras (1-5), para abordar la unicidad de Dios, creador de todas las cosas (6-15) y luego la unicidad de Cristo, Hijo de Dios, hecho hombre para recapitular en sí mismo su propia creación (16-23). La conclusión subraya la verdad de la predicación de la Iglesia frente a los absurdos a que llegan los que rechazan esta predicación 13.

El hilo conductor de la primera parte del libro IV podría ser la idea de que el progreso es consecuencia de la unidad. Al concebir el A. y el N.T. como vinculados por un anillo de progreso, asienta su unidad radical contra todos los gnósticos 14. La característica del li­bro IV es que toda la argumentación se apoya sobre las palabras del Señor, que Ireneo cita con amplitud y con un modo de cita muy personal (anuncio de la palabra que va a comentar, cita íntegra y comentario más o menos amplio):

Que en efecto los escritos de Moisés son palabras de Cristo, lo dice él mismo a los judíos, como lo ha recordado Juan en el evange­lio: «Si creyereis a Moisés, me creeríais a mí: pues él escribió de mí; pero si no creéis sus escritos tampoco creeréis mis discursos», con lo que significa de modo muy claro que los escritos de Moisés son discursos suyos. Por lo tanto, si esto vale de Moisés, también son suyos sin duda los discursos de los demás profetas, como ya hemos mostrado (AH IV 2,3).

El libro IV despliega las diferentes «economías» de Dios en la historia, desde el acto creador al juicio al fin de los tiempos. Si en el libro III ha probado la unicidad del Dios creador y la unidad del Verbo encarnado, aquí demuestra la unicidad de Dios a partir de la unidad de sus «economías» 15.

En el libro V expone la demostración paulina de la resurrec­ción de la carne (1-14). Muestra la identidad del Dios Creador y Padre por tres hechos de la vida de Cristo (15-24) y por la ense­ñanza escriturística sobre el fin de los tiempos (25-36) 16. Trata aquí del Anticristo, la resurrección de los justos y el Milenio. La escatología milenarista de Ireneo (precedido por Papías y Justino) es uno de los rasgos más llamativos de la teología asiata. Termina su obra deteniéndose sobre la visión del Reino, sin dar la con­clusión.

Demostración de la predicación apostólica

El escrito Eìçèpídeixin toûàpostolikoû kerúgmatoç, menciona­do por Eusebio de Cesárea, no fue redescubierto, en versión arme­nia, hasta 1904. Es una exposición sucinta del mensaje cristiano, di­rigida en forma de carta a un amigo. A diferencia del AH no entra en explicaciones polémicas. En la primera parte se mueve en la tradición catequética y en la segunda en la tradición apologética. Su ori­ginalidad consiste en hacer seguir su exposición del «credo» de un boceto de la historia de salvación. Es aquí donde da un puesto im­portante a la idea de recapitulación:

He aquí la regla de nuestra fe, el fundamento del edificio y la base de nuestra conducta: Dios Padre, increado, ilimitado, invisible, único Dios, creador del universo. Este es el primer y principal artícu­lo de nuestra fe. El segundo es: el Verbo de Dios, Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor, que se ha aparecido a los profetas según el designio de su profecía y la economía dispuesta por el Padre; por medio de El ha sido creado el universo. Además, al fin de los tiem­pos, para recapitular todas las cosas, se hizo hombre entre los hom­bres, visible y tangible, para destruir la muerte, para manifestar la vida y restablecer la comunión entre Dios y el hombre. Y como ter­cer artículo: el Espíritu Santo, por cuyo poder los profetas han profe­tizado y los Padres han sido instruidos en lo que concierne a Dios y los justos han sido guiados por el camino de la justificación, y que al fin de los tiempos ha sido difundido de un modo nuevo sobre la humanidad, por toda la tierra, renovando al hombre para Dios (Epideixis 6) 17.

Ireneo subraya la comunión de las dos naturalezas divina y hu­mana en Cristo y la recapitulación por su medio de los dos mundos: celeste y terreno, espiritual y material, invisible y corpóreo. Acentúa el valor de la economía terrena, la salvación del hombre corpóreo y sensible y sale al paso de la falsa economía «espiritual» enseñada por los gnósticos 18.


Doctrina de la Tradición

La Tradición es la predicación viva de la iglesia en su plena identidad con la revelación dada por Jesucristo a los apóstoles.

Cristo no ha dejado escritos. Conocemos su doctrina por sus apóstoles a quienes ha dado el poder de predicar el Evangelio:

Pues el Señor de todo dio la potestad del Evangelio a sus após­toles, por quienes conocemos la verdad, esto es, la doctrina del Hijo de Dios. También a ellos dijo el Señor: El que os escucha me escu­cha y el que os desprecia me desprecia y también al que me envió (AH III prefacio).

Los apóstoles no escribieron primeramente, sino que predicaron este Evangelio. Después nos lo han transmitido en Escrituras:

Pues no es por otros por quienes hemos conocido la economía de nuestra salvación, sino por aquellos por quienes nos ha llegado el Evangelio. Al que primero predicaron y luego, por voluntad de Dios, nos lo han transmitido en Escrituras, para que fuese fundamento y columna de nuestra fe (AH III 1,1).

La tradición apostólica es una truditio ab apostolis (tradición desde los apóstoles), no traditio apostolorum (tradición de / sobre los apóstoles). Esto diferencia netamente la tradición, en el sentido de tradición de la doctrina verdadera, y las tradiciones que proceden de los tiempos apostólicos. No basta que un relato o una doctrina venga desde entonces para que forme parte de la Tradición l9. Es una dis­tinción del concepto que no supo hacer Papías. Ireneo no llama tra­dición a las anécdotas que han transmitido los ancianos. La que le interesa es la traditio ab apostolis ad ecclesiam. Si la tradición viene de los apóstoles, es la Iglesia quien la recibe. En su concepto de la apostolicidad de la Iglesia, Ireneo es en mucha mayor medida testigo de la fe católica de su tiempo, en particular de las tradiciones asiata y romana, que de su propia capacidad teológica; pero ha sido el pri­mero en formular y desarrollar este concepto de un modo sistemático-teológico20.

La Tradición que viene de los apóstoles se conserva en la Iglesia por la cadena continua de los obispos, sus sucesores:

Así la Tradición de los apóstoles, manifestada en todo el mundo, está presente en cada Iglesia para que la perciban los que de veras quieren verla. Podemos enumerar a los obispos establecidos en las iglesias por los apóstoles y sus sucesores hasta nosotros, que ni en­señaron nada de eso ni supieron de los delirios de esa gente. Que si los apóstoles hubiesen sabido de misterios recónditos para enseñar­los a los perfectos, aparte y a escondidas de los demás, se los hubie­sen transmitido, más que a nadie, a aquellos a quienes confiaban las mismas iglesias. Pues tenían mucho interés en que fuesen perfectos e irreprensibles en todo aquellos a los que dejaban por sucesores, transmitiéndoles el cargo de su mismo magisterio (AH III 3,1).

La garantía de esta Tradición es la continuidad histórica de la cadena de sucesión a partir de los apóstoles. Roma es el testigo pri­vilegiado:

Como resultaría demasiado largo para una obra como ésta tratar de enumerar las sucesiones de todas las iglesias, señalaremos sólo las de la Iglesia máxima, antiquísima y conocida de todos, la de Ro­ma, fundada y organizada por los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo. Al mostrar que esa tradición, que tiene desde los apóstoles de la fe anunciada a los hombres ha llegado hasta nosotros por las sucesiones de los obispos, confundimos a los que forman agrupacio­nes inconvenientes de la manera que sea… Pues es necesario que toda iglesia, es decir, los fieles de todas partes, concuerde con tal iglesia, dado su origen más destacado. Ya que siempre ha sido con­servado en ella, por los fieles de todas partes, esa tradición que pro­cede de los apóstoles (AH III 3,2).

Se ha discutido si el último párrafo se refiere a la Iglesia de Ro­ma o a la Iglesia universal. Opinamos que el principio de que la Iglesia que puede justificar el mantenimiento de la tradición desde los apóstoles debe contar con el acuerdo de todos los cristianos, se aplica aquí a la Iglesia de Roma, pero puede aplicarse a todas las iglesias apostólicas. De hecho Ireneo ha escogido la Iglesia de Ro­ma; pero nos dice que una investigación en las otras iglesias (apos­tólicas) daría el mismo resultado. Lo que queda claro es la exigencia para los cristianos de todas partes de unirse con la Iglesia de Cristo sobre la base de la tradición apostólica21.

Por eso, aunque no hubiera ninguna Escritura, la Tradición oral de la Iglesia sería la Regla de fe segura:

En este sistema confian muchas gentes bárbaras de las que han creído en Cristo sin papel ni tinta, al tenerlo escrito por el Espíritu Santo en sus corazones, guardando cuidadosamente la salvación y la antigua tradición al creer en un Dios criador del cielo y de la tierra y de cuanto hay en ellos, y en Cristo Jesús, el Hijo de Dios, quien por desbordante amor a su creatura, consintió en nacer de una Virgen, uniendo él mismo por sí mismo el hombre a Dios y padeciendo bajo Poncio Pilato, resucitado y ascendido gloriosamente, que ha de venir con gloria como Salvador de los salvados y Juez de los condenados, enviando al fuego eterno a los deformadores de la verdad y despreciadores de su Padre y de su propia venida. Los que iletradamente creen en tal fe pueden ser bárbaros por la lengua, pero, mediante la fe, muy sabios por el modo de pensar, la ética y el comportamiento. Agradan a Dios, conduciéndose con toda justicia, pureza y sabiduría. Si alguno les comunicase las lucubraciones de los herejes hablándoles en su propia lengua, al momento se taparían los oídos y se esca­parían lejos, no consintiendo en oír un discurso blasfemo. De manera que por aquella antigua tradición de los apóstoles no dan entrada en la mente a nada de la exposición fantástica de aquéllos (AH III 4,2).

Ireneo, que justificaba la predicación de los apóstoles por la ve­nida del Espíritu Santo, afirma igualmente que esta predicación se mantiene intacta en la Iglesia por la acción de este mismo Espíritu 22.

1 Orbe (Madrid-Toledo 1985), p.30, valora el testimonio de san Ireneo para el conocimiento de la teología valentiniana más que el proporcionado por los documentos de Nag Hammadi.

2 Carta a Florino, citada por Eusebio, HE V 20,4-8.

3 Cf. BROX (Salzburg-München 1966), p.203-204.

4 Cf. BENOÍT (Paris 1960), p.203-232.

5 Cf. WINGREN (Edinburgh-London 1959), p.80.

6 Cf. ANDÍA (Paris 1986), p.333-334.

7 Orbe (Madrid 1969), p.518-531, señala que la antropología gnóstica se reduce a pneumatologia, la de Orígenes debió ser psicología y la de Ireneo se traduce en sarcología.

8 Cf. SIMONETTI, DPAC I (Cásale Monferrato 1983); 414-416.

9 Cf. HOUSSIAU (Louvain-Gembloux 1955), p.250-251.

10 Cf. LAWSON (London 1948), p.292.

11 Cf. ROUSSEAU-DOUTRELAU, SC 263 (Paris 1979), p.l 13-164.

12 Cf. ROUSSEAU-DOUTRELAU, SC 293 (Paris 1982), p.l 17-195.

13 Cf. ROUSSEAU-DOUTRELAU, SC 210 (Paris 1974), p. 171-205.

14 Cf. GONZÁLEZ FAUS (Barcelona 1969), p.95.

15 Cf BACQ (Paris-Namur 1978), p.282 y 290.

16 Cf. ROUSSEAU-DOUTRELAU-MERCIER, SC 152 (Paris 1969), p. 166-191.

17 Cf. ROMERO POSE, FPatr 2 (Madrid 1992), p.62-64.

18 Cf. ROMERO POSE, FPatr 2 (Madrid 1992), p. 117-118.

19 Cf. DANIÉLOU (Tournai 1961),p.l35.

20 Cf. BLUM (Berlin-Hamburg 1963), p.227.

21 Cf. BOTTE, lrénikon 1957, 156-163.

22 Cf. SAONARD, SC 34 (Paris 1952), p.24-26.

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Santo Irineu

1. Biografía

San Ireneo fue discípulo de la San Policarpo quién a su vez fue discípulo del Apóstol San Juan.

Las obras literarias de San Ireneo le han valido la dignidad de figurar prominentemente entre los Padres de la Iglesia, ya que sus escritos no sólo sirvieron para poner los cimientos de la teología cristiana, sino también para exponer y refutar los errores de los gnósticos y salvar así a la fe católica del grave peligro que corrió de contaminarse y corromperse por las insidiosas doctrinas de aquellos herejes.

1.1 – Infancia y Estudios

Nada se sabe sobre su familia. Probablemente nació alrededor del año 125, en alguna de aquellas provincias marítimas del Asia Menor, donde todavía se conservaba con cariño el recuerdo de los Apóstoles entre los numerosos cristianos. Sin duda que recibió una educación muy esmerada y liberal, ya que sumaba a sus profundos conocimientos de las Sagradas Escrituras, una completa familiaridad con la literatura y la filosofía de los griegos. Tuvo además, el inestimable privilegio de sentarse entre algunos de los hombres que habían conocido a los Apóstoles y a sus primeros discípulos, para escuchar sus pláticas. Entre éstos, figuraba San Policarpo, quien ejerció una gran influencia en la vida de Ireneo. Por cierto, que fue tan profunda la impresión que en éste produjo el santo obispo de Esmirna que, muchos años después, como confesaba a un amigo, podía describir con lujo de detalles, el aspecto de San Policarpio, las inflexiones de su voz y cada una de las palabras que pronunciaba para relatar sus entrevistas con San Juan, el Evangelista, y otros que conocieron al Señor, o para exponer la doctrina que habían aprendido de ellos. San Gregorio de Tours afirma que fue San Policarpio quien envió a Ireneo como misionero a las Galias, pero no hay pruebas para sostener esa afirmación.

1.2 – Sacerdocio

Desde tiempos muy remotos, existían las relaciones comerciales entre los puertos del Asia Menor y el de Marsella y, en el siglo segundo de nuestra era, los traficantes levantinos transportaban regularmente las mercancías por el Ródano arriba, hasta la ciudad de Lyon que, en consecuencia, se convirtió en el principal mercado de Europa occidental y en la villa más populosa de las Galias. Junto con los mercaderes asiáticos, muchos de los cuales se establecieron en Lyon, venían sus sacerdotes y misioneros que portaron la palabra del Evangelio a los galos paganos y fundaron una vigorosa iglesia local. A aquella iglesia llegó San Ireneo para servirla como sacerdote, bajo la jurisdicción de su primer obispo, San Potino, que también era oriental, y ahí se quedó hasta su muerte. La buena opinión que tenían sobre él sus hermanos en religión, se puso en evidencia el año de 177, cuando sé le despachó a Roma con una delicadísima misión. Fue después del estallido de la terrible persecución de Marco Aurelio, al tratar a San Potino, el 2 de junio, cuando ya muchos de los jefes del cristianismo en Lyon, se hallaban prisioneros. Su cautiverio, por otra parte, no les impidió mantener su interés por los fieles cristianos del Asia Menor. Conscientes de la simpatía y la admiración que despertaba entre la cristiandad su situación de confesores en inminente peligro de muerte, enviaron al Papa San Eleuterio, por conducto de Ireneo, “la más piadosa y ortodoxa de las cartas”, con una apelación al Pontífice, en nombre de la unidad y de la paz de la Iglesia, para que tratase con suavidad a los hermanos montanistas de Frigia. Asimismo, recomendaban al portador de la misiva, como a un sacerdote “animado por un celo vehemente para dar testimonio de Cristo” y un amante de la paz, como lo indicaba su nombre.

1.3 – Obispado

El cumplimiento de aquel encargo que lo ausentaba de Lyon, explica por qué Ireneo no fue llamado a compartir el martirio de San Potino y sus compañeros. No sabemos cuánto tiempo permaneció en Roma, pero tan pronto como regresó a Lyon, ocupó la sede episcopal que había dejado vacante San Potino. Ya por entonces había terminado la persecución y los veinte o más años de su episcopado fueron de relativa paz. Las informaciones sobre sus actividades son escasas, pero es evidente que, además de sus deberes puramente pastorales, trabajó intensamente en la evangelización de su comarca y las adyacentes. Al parecer, fue él quien envió a los Santos Félix, Fortunato y Aquileo, como misioneros a Valence, y a los Santos Ferrucio y Ferreolo, a Besancon, Para indicar hasta qué punto se había identificado con su rebaño, basta con decir que hablaba corrientemente el celta en vez del griego, que era su lengua madre.

1.4 – Lucha contra el gnosticismo

La propagación del gnosticismo en las Galias y el daño que causaba en las filas del cristianismo, inspiraron en el obispo Ireneo el anhelo de exponer los errores de esa doctrina para combatirla. Comenzó por estudiar sus dogmas, lo que ya de por sí era una tarea muy difícil, puesto que cada uno de los gnósticos parecía sentirse inclinado a introducir nuevas versiones propias en la doctrina. Afortunadamente, San Ireneo era un investigador minucioso e infatigable en todos los campos del saber, como nos dice Tertuliano y, por consiguiente, salvó aquel escollo sin mayores tropiezos y hasta con cierto gusto. Una vez empapado en las ideas del “enemigo”, se puso a escribir un tratado en cinco libros, en cuya primera parte expuso completamente las doctrinas internas de las diversas sectas para contradecirlas después con las enseñanzas de los Apóstoles y los textos de las Sagradas Escrituras.

Hay un buen ejemplo sobre el método de combate que siguió, en la parte donde trata el Punto doctrinal de los gnósticos de que el mundo visible fue creado, conservado y gobernado por seres angelicales y no por Dios, quien sin participación seguirá eternamente desligado del mundo, superior, indiferente. Ireneo expone la teoría, la desarrolla hasta llegar a su conclusión lógica y, por medio de una eficaz reductio ad absurdurn, procede a demostrar su falsedad. Ireneo expresa la verdadera doctrina cristiana sobre la estrecha relación entre Dios y el mundo que El creó, en 101, siguientes términos: “El Padre está por encima de todo y El es la cabeza de Cristo; pero a través del Verbo se hicieron todas las cosas y El mismo es el jefe de la Iglesia, en tanto que Su Espíritu se halla en todos nosotros; es El esa agua viva que el Señor da a los que creen en El y le aman porque saben que hay un Padre por encima de todas las cosas, a través de todas las cosas y en todas las cosas.”

Ireneo se preocupa más por convertir que por confundir y, por lo tanto, escribe con estudiada moderación y cortesía, pero de vez en cuando, se le escapan comentarios humorísticos. Al referirse, por ejemplo, a la actitud de los recién “iniciados” dice: “Tan pronto como un hombre se deja atrapar en sus “caminos de salvación”, se da tanta importancia y se hincha de vanidad a tal extremo que ya no se imagina estar en el cielo o en la tierra, sino haber pasado a las regiones del Pleroma y, con el porte majestuoso de un gallo, se pavonea ante nosotros, como si acabase de abrazar a su ángel. Ireneo estaba firmemente convencido de que gran parte del atractivo del gnosticismo, se hallaba en el velo de misterio con que gustaba de envolverse y de hecho, había tomado la determinación de “desenmascarar a la zorra”, como él mismo lo dice. Y por cierto que lo consiguió: sus obras, escritas en griego, pero traducidas al latín casi en seguida, circularon ampliamente y no tardaron en asestar el golpe de muerte a los gnósticos del siglo segundo. Por lo menos, de entonces en adelante dejaron de constituir una seria amenaza para la Iglesia y la fe católica.

1.5 – Reconciliador ante el Papa

El hecho de que luchara contra las herejía no significa que fuese intransijente. Al contrario. Trece o catorce años después de haber viajado a Roma con la carta para el Papa Eleuterio, fue de nuevo Ireneo el mediador entre un grupo de cristianos del Asia Menor y el Pontífice. En vista de que los cuartodecimanos se negaban a celebrar la Pascua de acuerdo con la costumbre occidental, el Papa Víctor III los había excomulgado y, en consecuencia, existía el peligro de un cisma. Ireneo intervino en su favor. En una carta bellamente escrita que dirigió al Papa, le suplicaba que levantase el castigo y señalaba que sus defendidos no eran realmente culpables, sino que se aferraban a una costumbre tradicional y que, una diferencia de opinión sobre el mismo punto, no había impedido que el Papa Aniceto y San Policarpo permaneciesen en amable comunión. El resultado de su embajada fue el restablecimiento de las buenas relaciones entre las dos partes y de una paz que no se quebrantó. Después del Concilio de Nicea, en 325, los cuartodecimanos acataron voluntariamente el uso romano, sin ninguna presión por parte de la Santa Sede.

1.6 – Su muerte y veneración

Se desconoce la fecha de la muerte de San Ireneo aunque, por regla general, se estima en el año 202. De acuerdo con una tradición posterior, se afirma que fue martirizado, pero no es probable ni hay evidencia alguna sobre el particular.

Los restos mortales de San Ireneo, como lo indica Gregorio de Tours, fueron sepultados en una cripta, bajo el altar de la que entonces se llamaba iglesia de San Juan, pero más adelante, llevó el nombre de San Ireneo. Esta tumba o santuario fue destruido por los calvinistas en 1562 y, al parecer, desaparecieron hasta los últimos vestigios de sus reliquias. Es digno de observarse que, si bien la fiesta de San Ireneo se celebra desde tiempos muy antiguos en el oriente (el 23 de agosto), sólo a partir de 1922 se ha observado en la iglesia de occidente.

2. Obras:

No ha llegado hasta nosotros nada que pueda llamarse una biografía de la época sobre San Ireneo, pero hay, en cambio, abundante literatura en torno al importante papel que desempeñó como testigo de las antiguas tradiciones y como maestro de las creencias ortodoxas

Su tratado contra los gnósticos ha llegado hasta nosotros completo en su versión latina.

En 1904 se descubrió la existencia de otro escrito suyo: la exposición de la predicación apostólica, traducida al armenio. La obra era hasta entonces conocida como : “Prueba de la Predicación Apostólica”. Se trata, sobre todo de una comparación de las profecías del Antiguo Testamento y de ese escrito, no se obtienen informaciones nuevas en relación con el espíritu y los pensamientos del autor.

A pesar de que el resto de sus obras desapareció, bastan los dos trabajos mencionados para suministrar todos los elementos de un sistema completo de teología cristiana.

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Santo Irineu de Lyon

Obispo de Lyon, y Padre de la Iglesia. La información sobre su vida es escasa, y hasta cierto punto inexacto. Nació en la Asia Proconsular, o al menos en alguna provincia colindante, en la primera mitad del siglo segundo; la fecha exacta es controversial, entre los años 115 y 125, de acuerdo con algunos, o, de acuerdo con otros, entre el 130 y 142. Es cierto que, aun siendo muy joven, Irineo había visto y escuchado al santo Obispo Policarpo (d. 155) en Esmirna. Durante la persecución de Marco Aurelio, Ireneo fue sacerdote de la Iglesia de Lyon. El clero de la ciudad, muchos de los cuales padecían el encarcelamiento por la Fe, lo envió (177 o 178) a Roma con una carta para el Papa Euleterio respecto al Montanismo, y en dicha ocasión portó un testimonio enfático hacia sus méritos. De regreso a Gaul, Ireneo sucedió al mártir San Potino como Obispo de Lyon.

Durante la paz religiosa que siguió a la persecución de Marco Aurelio, el Nuevo obispo dividió sus actividades entre las tareas de un pastor y las de un misionero (de la cual tenemos pocos datos, tardíos y no muy ciertos) y sus escritos, los cuales casi todos se dirigieron en contra del Gnosticismo, la herejía que se propagaba entre los Galos y otros lugares. En 190 o 191 intercedió ante el Papa Víctor para levantar la sentencia de excomunión impuesta por el pontífice sobre las comunidades Cristianas de Asia Menor las cuales se mantuvieron en la práctica de los Decimocuartos respecto a la celebración de la Pascua. No se sabe nada sobre la fecha de su muerte, la cual debe haber ocurrido al final del segundo o inicio del tercer siglo.

A pesar de algunos testimonios aislados y posteriores para tal efecto, no es probable que terminara su carrera con el martirio. Su fiesta se celebra el 28 de Junio en la Iglesia Latina, y el 23 de Agosto en la Griega.Irineo escribió en Griego muchas obras las cuales le han asegurado un lugar excepcional en la literatura Cristiana, dado que en preguntas religiosas controvertidas de importancia vital exhiben el testimonio de un contemporáneo de la era heroica de la Iglesia, de uno que hubo escuchado a San Policarpo, el discípulo de San Juan, y quién, de cierta manera, perteneció a la Era Apostólica. Ninguno de estos escritos nos han llegado en el texto original, aunque muchos grandes fragmentos de ellos existen como citas en escritos posteriores (Hipólito, Eusebio, etc.). Dos de estas obras, son embargo, nos han llegado enteramente de una versión Latina: Un tratado en cinco libros, comúnmente titulados “Adversus Haereses”, y dedicados, de acuerdo a su verdadero título, a la “Detección y Derrocamiento del Conocimiento Falso”

De esta obra poseemos una traducción Latina muy antigua, la fidelidad escrupulosa de la cual no hay duda. Es el trabajo maestro de Irineo y verdaderamente el de mayor importancia; contiene una exposición profunda no solo del Gnoticismo bajo sus diferentes formas, sino también de las principales herejías que habían surgido en las diversas comunidades Cristianas y por consiguiente constituye una fuente incalculable de información de la literatura eclesiástica más antigua desde sus inicios y hasta el final del siglo segundo. Refutando los sistemas heterodoxos Irineo con frecuencia les opone la verdadera doctrina de la Iglesia, y de esta manera provee de evidencia temprana y muy positiva de gran importancia. Baste mencionar los pasajes, tan frecuente y completamente comentados por los teólogos y escritores polémicos, respecto al origen del Evangelio según San Juan, la Sagrada Eucaristía, y el primado de la Iglesia Romana.De una segunda obra, escrita después del “Adversus Haereses”, una antigua traducción literal en la lengua Armenia. Esta es la, “Prueba de la Predicación Apostólica.” Aquí el objetivo del autor no es cuestionar a los herejes, sino confirmar a los fieles exponiéndoles la doctrina Cristiana y notablemente demostrando la verdad del Evangelio por medio de las profecías del Antiguo Testamento. Aunque fundamentalmente contiene, como quién dice, nada que no haya sido expuesto en el “Adversus Haereses”, es un documento del más alto interés, y un testimonio magnífico de la profunda y viva Fe de Ireneo.

De sus otras obras solo existen fragmentos dispersos; muchos, sin duda, se conocen solo a través de las menciones hechas de ellos por escritores posteriores, ni siquiera nos han llegado los fragmentos de dichas obras. Estos son un tratado en contra de los Griegos titulado “Sobre el Tema del Conocimiento” (mencionado por Eusebio); un escrito dirigido al sacerdote Romano Florino “Sobre la Monarquía, o Como Dios no es la Causa del Mal” (fragmento de Eusebio); una obra “Sobre el Ogdoad (el Octavo)”, probablemente en contra del Ogdoad de Valentino el Gnóstico, escrito para el mismo sacerdote Florino, quién se había cruzado a la secta de los Valentinianos (fragmento de Eusebio); un tratado sobre la escisión, dirigido a Blastus (mencionado por ) del mismo modo, una carta de Eusebio para en contra del sacerdote Romano Florino (fragmento conservado en Siriaco); una carta al mismo sobre las controversias de Pascual (extractos en Eusebio); otras cartas a varios corresponsales sobre el mismo tema (mencionado por , un fragmento conservado en Siriaco); un libro de varios discursos, probablemente una colección de homilías (mencionado por Eusebio); y otras obras menores para las cuales tenemos testimonios menos claros o ciertos. Los cuatro fragmentos que fueron publicados por Pfaff en 1715, ostensiblemente de un manuscrito de Turín, fueron probados por Funk como apócrifos, y Harnack estableció el hecho de que Pfaff mismo los había producido.

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Vem, segue-me

Fonte

De Santo Irineu de Lyon

Por ter seguido a Palavra de Deus, o seu apelo, espontânea e livremente na generosidade da sua fé, Abraão tinha-se tornado “o amigo de Deus” (Tg 2,23). Não foi por causa de uma necessidade premente que o Verbo de Deus procurou esta amizade com Abraão, porque ele era perfeito desde o princípio: “Antes que Abraão existisse, disse ele, Eu sou” (Jo 8,58). Foi para poder, na sua bondade, dar a Abraão a vida eterna… Também no princípio, não foi porque tivesse necessidade do homem que Deus moldou Adão, mas para ter alguém para cumular com os seus benefícios.

Também não foi porque tivesse necessidade do nosso serviço que ele nos ordenou que o seguíssemos, mas para nos alcançar a salvação. Porque seguir o Salvador é tomar parte na salvação, tal como seguir a luz é tomar parte na luz. Quando os homens estão na luz, não são eles que iluminam a luz e a fazem resplandecer, antes são iluminados e tornados resplandecentes por ela… Deus concede os seus benefícios aos que o servem porque o servem e aos que o seguem porque o seguem; mas não recebe deles nenhum benefício, porque é perfeito e não precisa de nada.

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