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Obras da Patrística

Santo Inácio de Antioquia

ignatius

Ignacio, obispo de Antioquía de Siria, fue condenado a las fieras en su ancianidad, en la época de Trajano (hacia el año 110). Enviado a Roma con un piquete de soldados para morir en los juegos gladiatorios, fue escribiendo durante el camino varias cartas (poseemos siete, no todas de autenticidad asegurada) a las diversas comunidades cristianas por las que había pasado, a la comunidad romana adonde se dirigía, o al venerable obispo Policarpo de Esmirna. Estas cartas están escritas en momentos de gran intensidad interior, reflejando la actitud espiritual de un hombre que ha aceptado ya plenamente la muerte por Cristo y sólo anhela el momento de ir a unirse definitivamente con él. El deseo de «alcanzar a Cristo» se expresa en ellas con vigor inigualable. Al mismo tiempo afloran las preocupaciones del santo obispo con respecto a los peligros doctrinales de las Iglesias. Por una parte quiere asegurar la recta interpretación del sentido de la encarnación de Cristo, tanto contra los judaizantes que minimizaban el valor de la venida de Cristo en la carne como superación de la antigua dispensación, como contra los docetistas, que negaban la realidad de la misma encarnación, afirmando que el Verbo de Dios sólo había tomado una apariencia humana. De esta forma hallamos ya en Ignacio las bases de la cristología ortodoxa posterior. Por otra parte, Ignacio está preocupado por asegurar la unidad amenazada dentro de las Iglesias: por ello insiste en la unión con el obispo como principio de unidad. Además hay indicios de que aun algunas de las cartas auténticas pueden contener interpolaciones de época posterior. La colección de cartas de Ignacio fue ampliada en época bastante posterior con otras cartas, hoy universalmente reconocidas como apócrifas.

Josep Vives

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La vuelta del emperador Trajano a Roma, tras la conquista de la Dacia—la actual Rumania—, fue celebrada con ciento veintitrés días de espectáculos. Diez mil gladiadores perecieron en los juegos circenses. También fueron devorados por las fieras muchos condenados, por el mero hecho de ser cristianos. Entre ellos el obispo de Antioquía, Ignacio. Detenido y juzgado, el prisionero abandonó la gran metrópoli de Siria hacia Roma, cargado de cadenas y bien escoltado por un pelotón de diez soldados de la cohorte Lepidiana, llamados leopardos. Corría probablemente el año 106, o principios del 107.

Ignacio era el segundo o tercer sucesor de San Pedro en la sede de Antioquía, pues los testimonios no son unánimes. Ante todo era un pastor de almas, enamorado de Cristo y preocupado tan sólo de custodiar el rebaño que le habÍa sido confiado. Su mejor retrato nos lo proporciona él mismo en las cartas que escribió a varias comunidades cristianas mientras se encontraba de camino hacia Roma.

Por su contenido, esta cartas tienen un gran interés doctrinal. Bastantes de los temas que tratan están determinados por la polémica contra las herejías más difundidas, especialmente el docetismo, que negaba la realidad de la encarnación del Verbo. San Ignacio afirma con energía la verdadera divinidad y la verdadera humanidad del Hijo de Dios. Otro punto importante es la doctrina sobre la Iglesia. San Ignacio considera que el ser de la Iglesia está profundamente anclado en la Trinidad y, a la vez, expone la doctrina de la Iglesia como Cuerpo de Cristo. Su unidad se hace visible en la estructura jerárquica, sin la cual no hay Iglesia y sin la que tampoco es posible celebrar la Eucaristía. La Jerarquía aparece constituida por obispos, presbíteros y diáconos. Se trata de un testimomo precioso, por su claridad y antigüedad. Toda la comunidad debe obedecer al obispo, que representa a Dios, el obispo invisible. Al obispo deben someterse el presbiterio y los diáconos hasta el punto de que, si alguien obra algo a margen de la jerarquía, afirma, «no es puro en su conciencia».

Ignacio muestra ser un hombre de gran corazón. Agradece emocionado la finura de la fraternidad de los primeros cristianos, que—apenas conocer su cautiverio—se prodigan con él, le proporcionan lo necesario para el viaje, se ofrecen a acompañarle y a compartir su suerte. Corren a confortarle desde las ciudades vecinas, pero son ellos quienes tornan removidos y contagiados del amor a Dios. Gracias a su intensa vida interior, San Ignacio intenta hacer el mayor bien posible en los lugares por donde pasa, abriendo a los demás el tesoro de los dones que el Espíritu Santo le ha concedido. Con una gran humildad afirma: «no os doy órdenes como si fuese alguien», pero su caridad sabe usar tonos enérgicos cuando es necesario: no esquiva corregir aunque duela, ni denunciar la herejía o la desviación disciplinar.

Este es el propósito principal de las epístolas ignacianas. A lo largo de su viaje, observa y escucha lo que ocurre: rápidamente discierne los viejos errores ya repetidamente combatidos por los Apóstoles, cuya raíz maligna sigue brotando por doquier: el docetismo, que propugnaba un Cristo aparente, no realmente encarnado; el gnosticismo, que disuelve el cristianismo para reducirlo a una ciencia de autosalvación basada en el conocimiento de verdades pseudofilosóficas; las tendencias judaizantes, el rigorismo ético… Y sobre todo, una doctrina que quiere dividir a la Iglesia en dos bioques contrapuestos, enfrentando a los fieles con el obispo y su presbiterio.

Loarte

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Como hemos dicho, Ignacio escribió sus famosas siete cartas de camino hacia Roma, a donde era llevado a sufrir el martirio.

Cuatro fueron escritas desde Esmirna a las Iglesias de Éfeso, Magnesia, Tralles y Roma; en ellas les da las gracias por las muestras de afecto hacia su persona, les pone en guardia contra las herejías y les anima a estar unidos a sus obispos; en la dirigida a los romanos, les ruega que no hagan nada por evitar su martirio, que es su máxima aspiración.

Las otras tres las escribió desde Tróade: a la Iglesia de Esmirna y a su obispo Policarpo, a los que agradece sus atenciones, y a la Iglesia de Filadelfia; son semejantes a las otras cuatro, añadiendo la noticia gozosa de que la persecución en Antioquía ha terminado y, en la dirigida a Policarpo, da unos consejos sobre la manera de desempeñar sus deberes de obispo.

Estas cartas son una fuente espléndida para el conocimiento de la vida interna de la primitiva Iglesia, con su clima de mutua solicitud y afecto; nos muestran también los sentimientos de Ignacio, llenos de amor a Cristo.

A través de ellas, Ignacio deja ver con especial claridad la pacífica posesión de algunas de las verdades fundamentales de la fe, lo que resulta aún de mayor interés por lo temprano de su testimonio. Así, Cristo ocupa un lugar central en la historia de la salvación, y ya los profetas que anunciaron su venida eran en espíritu discípulos suyos; Cristo es Dios y se hizo hombre, es Hijo de Dios e hijo de María, virgen; es verdaderamente hombre, su cuerpo es un cuerpo verdadero y sus sufrimientos fueron reales, todo lo cual lo dice frente a los docetas (del griego dokéo, parecer), que sostenían que el cuerpo de Cristo era apariencia.

Es en estas cartas donde encontramos por vez primera la expresión «Iglesia católica» para referirse al conjunto de los cristianos. La Iglesia es llamada «el lugar del sacrificio»; es probable que con esto se refiera a la Eucaristía como sacrificio de la Iglesia, pues también la Didajé llama «sacrificio» a la Eucaristía; además, «la Eucaristía es la Carne de Cristo, la misma que padeció por nuestros pecados».

La jerarquía de la Iglesia, formada por obispos, presbíteros y diáconos, con sus respectivas funciones, aparece con tanta claridad en sus escritos, que ésta fue una de las razones principales por las que se llegó a negar que las cartas fueran auténticas por parte de quienes opinaban que se habría dado un desarrollo más lento y gradual de la organización eclesiástica; pero esta autenticidad está hoy fuera de toda duda.

El obispo representa a Cristo; es el maestro; quien está unido a él está unido a Cristo; es el sumo sacerdote y el que administra los sacramentos, de manera que sin contar con él no se puede administrar ni el bautismo ni la Eucaristía, y hasta el matrimonio es conveniente que se celebre con su conocimiento. Respecto a éste, Ignacio sigue de cerca la enseñanza de San Pablo: que las mujeres amen a sus maridos y los maridos a sus mujeres, como el Señor ama a su Iglesia; pero a los que se sientan capaces les recomienda la virginidad.

En el saludo inicial de la carta a los romanos, Ignacio se excede y trata a la Iglesia de Roma de forma distinta a como trata a las demás, con especiales alabanzas. El tono general de la salutación se puede tomar como un testimonio del primado de Roma, aún de mayor interés por provenir del obispo de la sede de Antioquía: una sede antigua, que cuenta a San Pedro como su primer obispo, establecida en una de las ciudades mayores y más influyentes del Imperio, en la que además comenzaron a llamarse cristianos los seguidores de Cristo. Alguna de sus frases, aunque de interpretación difícil, subraya esta impresión: es la Iglesia «puesta a la cabeza de la caridad», cuyo significado más probable parece ser que es la Iglesia que tiene la autoridad para dirigir en lo que se refiere a lo esencial del mensaje de Cristo.

Para San Ignacio, la vida del cristiano consiste en imitar a Cristo, como Él imitó al Padre. Esa imitación ha de ir más allá de seguir sus enseñanzas, ha de llegar a imitarle especialmente en su pasión y muerte; es de ahí de donde nace su ansia por el martirio: «soy trigo de Dios, y he de ser molido por los dientes de las fieras, para poder ser presentado como pan limpio de Cristo». Por otra parte, esa imitación viene facilitada porque Cristo vive en nosotros como en un templo y nosotros llegamos a vivir en Él; por eso los cristianos estamos unidos entre nosotros, porque estamos unidos a Cristo.

Moliné

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Dionísio Areopagita

Artigo de José Ferrater Mora

DIONISIO EL AREOPAGITA es el nombre dado al autor de una serie de escritos (a los cuales nos referimos en la bibliografía) que ejercieron gran influencia sobre el pensamiento medieval. Se creyó durante mucho tiempo que el autor de tales escritos fue discípulo de San Pablo. Base de esta creencia fueron las manifestaciones del autor y el haberse identificado con el miembro del Areópago convertido al cristianismo después de la predicación del Apóstol (Hechos, XVII, 34). Hoy día se considera que las obras de referencia fueron redactadas a fines del siglo IV o comienzos del V bajo la influencia neoplatónica y especialmente a base de fragmentos de Proclo. Por tal motivo suele llamarse a su autor el Pseudo-Dionisio-y a veces Dionisio el místico-. Es frecuente asimismo referirse a sus doctrinas con los nombres del Corpus areopagiticum o Corpus dionysianum. Siguiendo el uso más generalmente aceptado hoy, nosotros usaremos con frecuencia el nombre de Pseudo-Dionisio, aun cuando a veces en referencias de otros artículos, hablaremos asimismo de Dionisio el Areopagita.

El problema central en el pensamiento del Pseudo-Dionisio es el de la naturaleza de Dios, y el de las posibilidades —e imposibilidades— de nombrarlo adecuadamente. «Es una regla universal —escribe al comienzo de su tratado sobre los nombres divinos— que conviene evitar aplicar temerariamente ninguna palabra, y hasta ningún pensamiento, a la Divinidad sobreesencial y secreta, con excepción de lo que nos ha sido revelado divinamente en las Sagradas Escrituras.» Por lo tanto, todo conocimiento de Dios viene del propio Dios. Lo que se puede decir de Él de acuerdo con los nombres que aparecen en las Escrituras constituye el tema de la teología afirmativa. Superior a ella, sin embargo, es la teología negativa, en la cual se niega cuanto se había afirmado. Pero como esta teología negativa no hace sino reconocer la imposibilidad de aquella posibilidad, es necesario completarla con una teología superlativa, la cual consiste en admitir los nombres de Dios, pero en declarar que no podemos concebirlos. Esto sucede, según el Pseudo-Dionisio, no solamente con aquellos nombres con los cuales se pretende describir metafóricamente la Divinidad, sino también con aquellos que apuntan a una descripción metafísica. Dios es, en efecto, de tal modo superior y trascendente, que aunque hablemos de Él como el Bien, como el Ser y como lo Uno, deberemos entenderlo en un sentido que trasciende todas las significaciones, aun las más depuradas, de estos términos. En rigor, podemos decir —aunque no propiamente entender— que Dios es el Supra-Ser y lo Supra-Uno. Ahora bien, la teología superlativa no es una «solución» metafísica. Al final del citado tratado, el Pseudo-Dionisio señala que seguimos siempre «más acá» de lo que significan los nombres divinos, y que «los propios ángeles» deben confesar a este respecto su insuficiencia. La conclusión parece ser, pues, una teología mística en la cual el hombre alcanza el supremo «saber» por medio de la suprema ignorancia. Así, todo lo que el Pseudo-Dionisio dice de Dios y de su creación debe entenderse a la luz de las citadas restricciones. De acuerdo con ellas podemos decir que Dios es la Luz que ilumina todos los seres, los cuales son solamente en la medida en que están bañados por esa Luz que se desparrama por todos los entes. Al desparramarse, sin embargo, esa Luz no se pierde, divide o sume en la oscuridad. Todos los seres iluminados están ligados por el Amor, que los hace concentrarse hacia la Unidad suprema. Con todo, la distribución de esa Luz no es, por así decirlo, uniforme; se efectúa en una serie de gradaciones: las gradaciones divinas de la jerarquía celeste, y las gradaciones terrenales de la jerarquía eclesiástica. El Pseudo-Dionisio no pretende por lo demás, describirlas exactamente, pues reconoce el carácter imaginativo de sus símbolos. Especialmente, en lo que toca a las gradaciones celestes -dice al final de su tratado sobre la jerarquía divina— hubiera sido necesario para conocerlas «las luces de su iniciador».Según indicamos, las obras del Pseudo-Dionisio ejercieron gran influencia en la filosofía medieval, y no solamente en la mística, sino también en la filosofía y, naturalmente, en la teología. Traducidas al latín por Hilduino y por Juan Escoto Erigena, fueron objeto de comentarios por muchos autores. Entre éstos citamos a Hugo de San Victor, Roberto Grosseteste, San Buenaventura, San Alberto Magno y Santo Tomás de Aquino.

Los escritos conservados del Pseudo-Dionisio comprenden: De los nombres divinos, De divinis nominibus; la Teología mística, la Jerarquíadivina, y la eclesiástica(ver títulos en el artículo JERARQUÍA). No tenemos los Bosquejos teológicos a los cuales se refiere el autor al principio del tratado sobre los nombres divinos.Edición de obras: Florencia, 1516; Basilea, 1539; Venecia, 1558; París, 1561 (ed. Morel); París, 1565 (Lansellius); Amberes, 1634 (Cordier o Corderius; es la misma edición reimpresa en París, 1644, y en Venecia, 1755-1756. De esta última procede el texto de Migne, P. G. III-IV). —El Onomasticum Dionysianum, que figura en la edición de Cordier, consta en la reimpresión de Migne. Ed. de la Jerarquía celeste: La hiérarchie céleste, texto crít. por Günter Heil, trad. fr. y notas por M. de Gandillac, 1958.Índice: A. Van den Daele, S. J., Indices Pseudo-Dionysiani, 1961.Bibliografía: Véase la bibliografía (páginas 61-64) al final de la introducción de M. de Gandillac a su trad. fr. del Pseudo-Dionisio: Oeuvres complètes du Pseudo-Denys l’Aréopagite, 1943. Esta introducción constituye un útil estudio preliminar. —Bibliografía de ediciones, traducciones y escritos sobre Dionisio: K. F. Doherty, S. J., «Pseudo-Dyonisius the Areopagite: 1955-1960», The Modern Schoolman, 40 (1962), 55-59. —Para las trads. latinas: Dom Chevalier (en colaboración con los RR. PP. Flinois, Bellot, Taillefer, Gsell, Cocherel, Ricaud, A. Schmitt), Dyonisiaca, recueil donnant l’ensemble des ouvrages attribués au Denys de l’Aréopage, et synopse marquant la valeur des citations presque innombrables allant seules depuis trop longtemps remises enfin dans leur contexte au moyen d’une nomenclature d’un usage rendu très facile, I, 1937; II, 1949.Véase: J. Niemeyer, Dionysii Aeropagitae doctrinae philosophicae et theologicae, 1869. —J. Kanakis, Dyonisios der Aeropagita als Philosoph, 1881. —O. Siebert, Die Metaphysik und Ethik des Pseudo-Dionysius, 1894. —J. Stiglmayr, S. J., Das Aufkommen der Pseudo-Dionysii Schriften, 1895. —H. Koch, Pseudo-Dyonisios in seinen Beziehungen zum Neuplatonismus und Mysterienwesen, 1900. —P. Godet, art. Denys l’Aréopagite, en el Dictionnaire de Théologie catholique, de Vacant-Mangenot-Amann, t. IV, 1924. —Vladimir Losski, La notion des analogies chez le Pseudo-Denys l’Aréopagite, 1930. —G. P. Théry, O. P., Études dionysiennes. I. Hilduin, traducteur de Denys, 1932. II. Hilduin trad. de Denys (ed. de la trad.), 1937. —Íd., íd., «La théologie négative dans la doctrine de Denys l’Aréopagite», Revue des Sciences philosophiques et théologiques, 1939. —S. Scime, Studi sul neoplatonismo: filosofia e teologia nello Pseudo Dionigi, 1953. —R. Roques, L’univers dionysien. Structure hiérarchique du monde selon le Pseudo-Denys, 1954; reimp. 1983. —J. Vanneste, S. J., Le mystère de Dieu. Essai sur la structure rationelle de la doctrine mystique du Pseudo-Denys l’Aréopagite, 1959. —Michele Schiavone, Neoplatonismo e cristianesimo nello Pseudo Dionigi, 1963. —Ronald F. Hathaway, Hierarchy and the Definition of Order in the Letters of Pseudo-Dionysius: A Study in the Form and Meaning of the Pseudo-Dionysian Writings, 1969. —B. F. Mottoni, Il «Corpus Dyonysianum» nel Medioevo. Rassegna di studi 1900-1972, 1977. —S. Gersh, From Iamblichus to Erigena: An Investigation of the Prehistory and Evolution of the Pseudo-Dionysian Tradition, 1978. —K. Ruh, Die mystische Gotteslehre des Dionysius Areopagita, 1987.

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Dionísio Areopagita e a teologia apofática

De Giovanni Reale

Entre os séculos V e VI, viveu o autor que se denomina Dionísio Areopagita, que foi confundido com aquele Dionísio que são Paulo converteu com seu discurso no Areópago. Sob o seu nome, chegou-nos um corpus de escritos (Hierarquia celeste, Hierarquia eclesiástica, Nomes divinos, Teologia mística e Epístolas) que teve grande repercussão na Idade Média (a própria estrutura hierárquica do Paraíso de Dante foi influenciada pela concepção hierárquica da realidade de Dionísio).

Dionísio repropõe o neoplatonismo em termos cristãos, sobretudo o neoplatonismo tal como havia se configurado nas formulações elaboradas por Proclo. Mas o que mais se destaca nesse corpus, que contém muitas concepções bastantes sugestivas, é a formulação da teologia “apofática” (ou negativa). Deus pode ser designado por muitos nomes extraídos das coisas sensíveis e entendidos em sentido translato, enquanto e à medida que ele é a causa de tudo; de modo menos inadequado, Deus pode ser designado por nomes extraídos da esfera das realidades inteligíveis, como “belo” e “beleza”, “amor” e “amado”, “bem” e “bondade”, e assim por diante; porém, melhor ainda, Deus pode ser designado negando-lhe todo atributo, à medida que ele é superior a todos, é o “supra-essencial” e, portanto, o silêncio e a treva expressam melhor essa realidade supra-essencial do que a palavra e a luz intelectual. Eis o trecho mais significativo da Teologia Mística: “A Causa boa de todas as coisas pode ser expressa com muitas e com poucas palavras, mas também com a absoluta ausência de palavras. Com efeito, não há palavra nem inteligência para expressá-la, porque ela está colocada supra-essencialmente acima de todas as coisas só se revela verdadeiramente e sem qualquer véu para os que transcendem todas as coisas impuras e puras, supera toda a subida dos cumes sagrados, abandonam todas as luzes divinas e os sons e discursos celestes e penetram na escuridão onde verdadeiramente reside, como diz a Escritura, aquele que está além de tudo.”

E, transcendendo tudo o que é sensível e também tudo o que é inteligível e inteligente, o homem pode aderir “àquele que é completamente impalpável e invisível” e pertencer completamente “àquele que tudo transcende e a nenhum outro, através da inatividade de todo conhecimento”, tornando-se capaz de “conhecer para além da inteligência através do não conhecer nada”.

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Atenção!

Se você acha que a Filosofia Cristã foi superada; que a Igreja é arcaica e precisa progredir; que o Cristianismo é irracional; que os Cristãos são incapazes de responder a críticas; que a Teologia moderna é superior à antiga, retrógrada; que a Patrística pertence a um contexto histórico incompatível com a modernidade; que a Igreja sempre controlou consciências;... Suma desse site. Vá ler o Código da Vinci, e faça bom proveito.

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